Esta práctica americana, rápidamente absorbida por la
necesidad de los comerciantes europeos, debe su nombre precisamente a que los
comercios y vendedores, aprovechan este día para convertir sus números rojos (pérdidas)
en negros (ganancias). Es decir, los grandes beneficiarios dela iniciativa son
sus promotores, las empresas que venden.
Y es un ejercicio lícito, incluso recomendable si se hace
con los necesarios criterios de honestidad, ética y transparencia. A nadie
puede sentarle mal que se le ofrezcan precios más baratos y todos tienen
derecho a defender sus empresas y sus negocios.
Se realiza esta acción tan potente, justo además, al inicio
de la campaña de regalos que es la Navidad, a las puertas del intenso frío,
justo cuando muchos tienen en sus bolsillos la paga doble. Los norteamericanos
aprovechan la resaca del día de acción de gracias, en Europa y en España, el
entusiasmo de los primeros villancicos y cenas de compañeros.
Vender y comprar es la dinámica básica del capitalismo y de
la sociedad de consumo. El gran desastre de este país ha sido en los últimos
años el descenso del consumo, verdadero motor de nuestra economía. Factor que
no acaba de recuperarse debido a que la bajada efectiva de salarios ha reducido
la capacidad de compra del ciudadano medio. Con esta situación, es necesario
tener activados a todos los creativos, claro.
Activar el consumo es sinónimo de prosperidad, de
positivismo económico, por eso, se alienta el Black Friday desde los distintos
estamentos. Todos esperan que el viernes, o ya mismo, porque la fiebre se
extiende a lo largo de toda la semana, salgamos a comprar.
Y ese es el peligro, la compra por impulso, por inercia, la
compra con escaso grado de raciocinio, de conciencia. El peligro está en la
compra inconsciente. Se calcula que el gasto medio será de 200 € por persona, y
que compraremos, fundamentalmente moda, electrónica y telefonía. Todos
elementos de primera necesidad si se me permite la ironía. El sector calcula
que compraremos el 30% más que el año pasado. Parece que el invento funciona.
Aprovechar la situación coyuntural ventajosa para comprar
aquello que estaba pendiente y que nos resultaba necesario está muy bien,
lanzarse a la captura de la ganga está muy mal porque seremos en demasiados
casos, el cazador cazado. Recordemos, objetivo: recuperar ventas, restablecer
la cuenta de resultados de las empresas, único sentido del Black Friday.
Los equipos de marketing hacen su labor, y muy bien por
cierto, y consiguen hacernos creer que todo gira en torno al cliente, que somos
estúpidos si cometemos la torpeza de perdérnoslo. La psicosis colectiva
arrastra a los centros de las ciudades, a los centros comerciales, y todo eso
nos impide pensar, justo lo único que parecía que la crisis nos había hecho
aprender.
El Black Friday viene a tumbar todos los estudios que osan
decir que el consumidor de la crisis es más prudente, más racional, más
metódico, más frío en sus decisiones y saca del cajón a la bestia que sólo
queda satisfecha cuando cuelgan quince bolsas de sus brazos.
Comprarnos un modelito que nos hace sentirnos guapos sirve
de terapia, lo recomiendan muchos médicos; siempre que cuando llegue el cobro
de la tarjeta el hundimiento no sea mayor, claro. Es justo lo que tenemos que
evitar, volver a ser marionetas.
De manera tradicional, la fuerza más poderosa del mercado ha
estado en el lado de la oferta. Los factores de producción son los que más han
incitado la dinámica de compra y venta, son los que han movido los resortes en
una estrategia Push que ha sido la de éxito en todos los sectores durante
décadas. Generando en innumerables ocasiones necesidades desconocidas hasta
entonces, artificiales muchas, pero que, debidamente montadas y argumentadas,
ocasionaban ventas. No había más que dejar el anzuelo cerca del consumidor para
que acabase picando. No había más que convencer a “los exploradores” para que “los
imitadores” se lanzaran a por el producto a renglón seguido. No había más que
poner a un famoso consumiéndolo para que todos sus fans adoraran el producto o
la marca.
Ostentar bienes materiales, fardar de coche, gorra, cholas, Smartphone,
sudadera, abrigo, gafas,…, con independencia de la necesidad que tuviésemos de
ello, de la utilidad que le sacáramos es el objetivo, y el resultado, que apenas
utilizamos el 32% de los aparatos y utensilios que disponemos. Cambiamos de
hobby como el que cambia de camisa. Corremos a comprarnos la nueva versión de
nuestro chisme favorito sin haberle sacado partido aún al anterior. El piso
lleno de chismes y nosotros huecos por dentro.
Va siendo hora que el poder vaya trasladándose al lado de la
demanda. El consumidor, de manera individual y colectiva tiene mucho más poder
del que nos pensamos. Múltiples decisiones aisladas de atracción o rechazo de
un producto son rápidamente detectadas por potentes aplicaciones informáticas.
No son ya pocos los que han hecho del carrito dela compra un carro de combate.
Requiere atención, compromiso, si acaso un poco más de
dedicación, pero sobre todo tener las bases de unos principios y valores
acordes con el modelo de sociedad que queramos en el futuro. Una vez que eso se
tiene claro, es sumamente fácil seleccionar lo que entra en esos patrones y lo
que se queda fuera. Entonces, tendrán que ser los agentes de la oferta los que
tengan que adaptar su producto y su servicio.
Teniendo claro eso, puede que decidamos ir al Black Friday,
claro, y también que nos volvamos con las manos vacías.
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