Invertir es un acto político. Cada vez que tomamos una
decisión de compra estamos premiando un modelo de negocio, unas prácticas, una
ética, unos principios. Cada vez que movemos nuestro dinero, estamos alentando el
modelo de negocio de unas compañías y dejando en la cuneta a otras.
La lucha por el futuro también se juega en bolsa, y en la
gestión de los ahorros, y en las cuentas corrientes. Las grandes compañías petroleras,
energéticas, bancarias se nutren de los ahorradores y de los fondos de
inversión compuestos a su vez por otros ahorradores. Si les dejamos el dinero,
los estamos legitimando.
Los que, con sus prácticas agresivas, extractivas,
abusivas, hipotecan el futuro de los ciudadanos, lo hacen, gracias a la
financiación de esos mismos ciudadanos que, ante la promesa de un rédito
económico a corto plazo, llenan las necesidades de financiación de las
compañías que, en breve contaminarán sus ríos, abrirán la tierra y mataran los
océanos.
Les dejamos nuestro dinero para que ellos ganen más. Alimentamos
a los que nos exprimen y casi no nos enteramos. Son cientos de miles los que
tienen acciones de empresas energéticas con centrales nucleares o de carbón,
los que tienen sus ahorros en petroleras o los que tienen abierta cuenta
bancaria en entidades ligadas a industria de combustibles fósiles y mineras.
Se está extendiendo de manera rápida un movimiento que
llama a entidades públicas y privadas, a ciudadanos, a que vendan cualquier
tipo de participación en industrias vinculadas a los combustibles fósiles como
forma de parar su afán destructivo.
Estos movimientos quizás no consigan hacerlas caer, pero
se conseguirá desligitimar su modelo. Es una llamada de atención hacia una
actividad deshonesta con el planeta y las personas. Es una manera de decir, así
No, conmigo no cuenten.
La universidad de Stanford ha desinvertido 18.700
millones de dólares que tenía en la industria del carbón. Más de 50 ciudades en
Estados Unidos han abandonado los fondos que tenían en las industrias
extractivas.
¿Qué ocurriría si pudiésemos nuestros ahorros en actividades
que generaran riqueza y sostenibilidad, que fortaleciese la biodiversidad, que
mejorase la esperanza en un mejor futuro? La llamada banca ética, la que se
compromete a invertir en proyectos sostenibles es una opción, pero hay muchas
más. ¿Qué ocurriría si todas esas decenas de miles de pequeños paquetes de
acciones no se los damos a los exprimidores, no legitimamos su labor de expolio
del planeta y del futuro y los ponemos en actividades, proyectos, entidades, sectores
o empresas con modelos de negocio basados en la calidad y la sostenibilidad?
Podemos cambiar el mundo, solo tenemos que quererlo.
1 comentario:
Buenísimo el artículo, Enhorabuena y mil gracias. Con tu permiso, hago una reflexión, el mundo lo podemos cambiar, claro que sí, pero te has saltado un paso, el más importante. El mundo lo cambiaremos desde la individualidad, siendo buenas personas y de alma limpia. Cuidando y mimando a quienes nos aman y protegiendo el medio natural, cambiar nuestro interior para que se refleje en el exterior. Y como citas en el artículo, cuidado donde se invierte el dinero, aquí hay que hilar muy fino. Y recuerda que es necesario pararse y ser humilde.
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