En el camino de los objetivos particulares tenemos que
encontrar los comunes. Porque el año 2018 será mejor si, en conjunto, es
favorable para la inmensa mayoría.
Entre el crecimiento del individualismo, en el objetivo de
perseguir con vehemencia la prosperidad del círculo más reducido, entre la sensación
de que lo mío empieza exclusivamente en el espacio del que dispongo llave y por
tanto es exclusivo; resulta revolucionario entender que el futuro sólo tiene
sentido si es colectivo.
Son demasiados años ya, casi una década en la que las
políticas neoliberales han manifestado su lado más corrosivo. Nadie se atreve a
negar ya que han resultado excesivas, abusivas y nefastas las políticas de
contracción del gasto a costa de los más débiles, políticas que están agravando
una brecha social que mina los cimientos de la propia calidad democrática y de
convivencia.
Los recortes en los servicios de mayor conquista social, los
que han posibilitado los mayores grados de desarrollo que se conocen, nos han
hecho retroceder a situaciones de preguerra. Es inconcebible que estemos
tolerando el retroceso en las políticas sanitarias y de educación. El auge de
colegios y clínicas privadas son la evidencia de una ruptura de clase social
que destroza, de manera rápida lo que se ha tardado décadas en construir.
El consumo interno, sin embargo, sigue siendo el pilar
básico de la demanda y por tanto de la economía, del tejido empresarial, pero
ya no hay clase media. Debilitamos la clase trabajadora pero nadie parece
querer explicar que eso supone debilitar el conjunto de la economía y del
estado. Precarizar el empleo es lo mismo que esquilmar la fertilidad del suelo.
El resultado es que nos encontramos con, un cada vez más
reducido grupo de nueva burguesía tecnológica por un lado, una exclusiva clase
media alta encandilada por las bondades del consumismo y la posesión, y, de
otro, una caterva de obreros que viven para trabajar en precario, y que en sus ratos libres pasean ante
escaparates o jalean ante el televisor.
El año 2018 tiene apenas una chispa de esperanza, siempre
alejada de la oligarquía de poder, preocupada exclusivamente por mantenerse en
el top. La esperanza late en el orgullo, en la dignidad del Pueblo. Porque
ahora, más que nunca resulta necesario reivindicar la soberanía del pueblo,
desde la que tiene que emanar toda fuerza de cambio.
El orgullo y la dignidad tiene que hacer revelarnos contra
un modelo, el de partidos de empleados que utilizan las instituciones públicas
de forma egoísta, contra un modelo, el neoliberal cuyo objetivo maximalista de
crecimiento lleva a la destrucción del planeta, contra un modelo, el de la
permisividad, que cede el poder a unos pocos que no son merecedores del mismo.
Mi deseo para el 2018 es que cada uno de nosotros, cada día,
lleve a cabo una acción en la que, de manera consciente ejerza y manifieste de forma
clara, el Orgullo, la Dignidad de ser Pueblo.
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