La simbología tiene una utilidad muy importante, muy
valiosa pues permite escenificar y comunicar rápidamente muchas intenciones.
Como punta de lanza ayuda, pero eso, como avanzadilla. Después, tiene que haber
un fondo, un contenido, una explicación, una causa y unas consecuencias.
Sigue llamando mi atención la guerra de banderas. Eso a lo que tantas decenas de miles de ciudadanos se han sumado, lo de
identificarse con una bandera, comprarla (en los chinos) y hondearla en el lugar más
prominente. Siempre ocurrió de facto a lo largo de la historia en todas las
guerras, tampoco es ninguna novedad. Los estandartes, escudos heráldicos, blasones, pendones, y banderas han derramado
más sangre que la que cualquier montaña o líder enterrado bajo ella se
merecerán nunca.
Cuando reclamaron mi presencia ante la primera proclamación pública con tales fines, hace unos meses. Esa llamada que te insta a colocarte a la sombra de una bandera, respondí que había
que pensar que esa acción implicaba algo más que celebrar una victoria
deportiva. Nunca me replicaron más allá de un par de fotografías sonrientes con
pintalabio en los carrillos.
Cada día, al ver las banderas colgadas en las ventanas o
contraviesas de familias que no llegan a tener para balcones, me pregunto como
puede, desde sectores humildes, trabajadores, sacrificados, ostentar la bandera
de un estado que los oprime, que, a sabiendas, les está haciendo pagar la parte
más dura del fracaso neoliberal, que les recorta servicios, educación, sanidad.
Que les rebaja los salarios, que los ningunea e incluso desprecia.
Paco Casero, con quien tengo la suerte de compartir
tiempo y espacio, me decía ante esto, que no hay nada más peligroso que los
Dumper. Vuelve a tener toda la razón. A lo largo de la historia, los colectivos
marginados han aupado a líderes que después los han pisoteado. Por citar sólo dos ejemplos cercanos en el hilo, pasó con algunos
judíos y Hitler, pasa con algunos negros e hispanos con Trump.
Cada uno puede tener sus motivos para sumarse y respaldar lo que mejor considere. Lo necesario, es
encontrarlos. Pueden tener poderosos motivos los ciudadanos de cualquier
pueblo, de cualquier ciudad para defender una bandera. Lo que es exigible es
que identifiquen los motivos y los objetivos antes que les aplasten las lamentaciones.
Desde luego siempre es más positivo, constructivo y saludable coger una bandera, más que para ir en contra de otro, cogerla a favor de uno mismo, esto es, tener identidad de Pueblo. Desarrollar eso es lo que debiera ocuparnos y preocuparnos. Agarrarse a clavos ardiendo, a una
tabla salvavidas no puede hacernos olvidar que somos parte de un naufragio.
Soy incapaz de presumir de una bandera, de un estado, que
sigue demostrando que las personas están al final de la cola, que sigue
reverenciando al objetivo financiero, que se sigue creyendo de segunda, que no
apuesta por su gente, su sociedad civil, por su futuro. Que sigue obsesionado por la
corrupción en vez de por los índices de pobreza o los derechos de la infancia. Que
le pide a las empresas que exporten y se vayan fuera, como a los jóvenes. Una
partitocracia decadente egocentrista incapaz de diseñar estrategias y
soluciones.
Sacando las banderas, les hacemos el juego, los respaldamos.
En la simbología todo suele ser bastante sencillo, pero nunca puede ser
gratuito.
2 comentarios:
Buenísimo, muy bien expresado y muy cierto todo lo que escribes. Enhorabuena!!!
Para mi la bandera no representa al Estado, a Dios gracias, representa una geografía y una historia que tiene sus cosas malas y buenas, como decir que soy de un pueblo o un barrio, pero nunca un partido político o una ideología, y sobre todo y, por favor, jamás contra nadie. Los símbolos pueden unir o separar. Lo importante es no olvidar que con una u otra bandera todos formamos parte de un planeta diminuto en el que lo más útil es intentar el bien común.
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