Oscuros acontecimientos han motivado que el día de hoy haya sido declarado como Día Europeo de las Víctimas del terrorismo. Cinco años hace del brutal, retrógrado e insensato atentado de Madrid.
Dormí allí la noche anterior, tenía una reunión importante a primera hora. Desayuné en el hotel y recordé la combinación de metros que tenía que coger: Línea 1 hasta Pacífico para enlazar con la línea 6, que me dejaría en Jorge Juan, lugar donde estaba concertada la cita.
Todo sucedió deprisa. Al llegar a una parada, por megafonía anunciaron que teníamos que desalojar el tren. Se abrieron las puertas, y un cordón de policías y guardias de seguridad marcaban las escaleras por las que todos los pasajeros empezaron a apresurarse.
Al llegar a superficie, vi que estaba en la esquina de Atocha. Mucha gente se agolpaba intentando ver algo. Sirenas, coches de policía, ambulancias, helicópteros no paraban de ir de un lado a otro. Los comentarios se sucedían, hechos ya rumor. Alguien con un pinganillo de radio en la oreja, decía que había habido un accidente muy grande y que había varios muertos.
Los dueños allí, eran la confusión y el desconcierto. Me quedé parado unos instantes, quizás minutos, quizás segundos, a ver si conseguía obtener alguna noticia clara. Cuando reaccioné, me di cuenta que iba a llegar tarde a la reunión, y me puse a caminar, a separarme de allí. No se podía coger el metro, y un taxi era impensable.
Intenté llamar por teléfono, inútil, cobertura nula. Caminé hasta llegar a otra boca de metro, junto al congreso de los diputados. Esa línea si funcionaba. Como no conocía bien la red, enlacé con la línea 6 unas paradas más adelante. El tren, además circulaba despacio y se detenía más de lo habitual en cada parada. En total fue más de una hora de metro.
Al llegar a la oficina, la cara de tensión a la vez que de alivio de los compañeros al verme me saturó de mensajes. Tenían puesta la radio y la televisión. Había sido un atentado múltiple, al parecer de ETA, y ya se cifraba en más de cien las víctimas.
Las siguientes horas fueron nulas de trabajo, no podíamos concentrarnos. Realizamos llamadas para tranquilizar a familiares, para localizar a amigos. Yo tenía en la cabeza varios que podrían haber estado allí en ese momento. Por suerte, ninguno cercano se vio afectado.
Quedé con alguno de ellos por la tarde. No podía volverme a Sevilla, los trenes habían sido suspendidos.
El ambiente esa tarde aplastaba, un aire denso se había adueñado de la ciudad. Las caras bajas, los amigos reunidos en silencio, el tráfico casi inexistente. Un coupage de rabia, incomprensión, y sobre todo de profunda tristeza lo llenaba todo.
Un hachazo de bestialidad innecesaria aplastó ese día sobre Madrid y España entera. Hoy hace cinco años, nimio tiempo como para olvidarse de palparse las cicatrices cada noche.
Hoy a las siete sale de nuevo mi tren hacia Madrid
miércoles, 11 de marzo de 2009
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