Han sido siempre el tapiz del pinar de mi infancia. Como un manto, cubren el suelo de la retaguardia de la duna, el pinar como última sombra y cobijo antes de salir a la pequeña franja de desierto que es la playa y que separa el mar de la arboleda.
El suelo del pinar también es otro mar, esta vez seco, un mar de agujas, origen de la palabra que siempre pensé para designar los millares de hojas de pino caidas en el suelo y que siempre tuvieron el nombre para mi de marabuja.
Al descubrir que ese término era un localismo, usado exclusivamente en la costa occidental de Huelva volví a percibir la relatividad de los conceptos. Resulta que las hojas de los pinos son las pinochas, simpático concepto que evoca la maravillosa obra de Carlo Lorenzini.
Un estudio del departamento de lingüística de la Universidad de Huelva, coloca el origen de marabuja en la idea de “mala aguja”, sacando a colación su fragilidad. Y no es mala la explicación, al contrario, su crujir bajo los pies se traslada desde el suelo al oído en forma de música de naturaleza.
En invierno la marabuja conserva la humedad del suelo y es el habitat perfecto para que se desarrollen los rebuyones, otro localismo que identifica a los níscalos de la costa de Huelva, pero en verano su sequedad favorece que se prendan ante la insensatez de la colilla arrojada por los centenares de bañistas maleducados e inconscientes.
Los localismos llenan de connotaciones y evocaciones de mil experiencias los objetos y lugares recordados, recordarlos y cultivarlos llena de identidad sitios y personas.
martes, 4 de agosto de 2009
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3 comentarios:
Aunque sea un localismo, hay que reivindicar ante la RAE el vocablo "marabuja", así como el de "cochena". Creo
Quise decir "conchena". Perdón
Tienes toda la razón Félix, existen términos en Isla Cristina muy interesantes. Algunos derivados del castellano antiguo, otros del catalán, otros del portugués que deberían tener un reconocimiento oficial y evitar así que puedan perderse.
Saludos,
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