Somos distintos, los hombres y las mujeres tenemos
diferencias. Las mismas han llevado a innumerables reflexiones, y lo siguen haciendo, ocupando tiempo del pensamiento individual y colectivo, muchas páginas. En cierta medida se encuentran en la base de la mayor parte de
las culturas, civilizaciones y sociedades.
A veces todo parece tener sexo, salvo la ilusión.
“Al final, la ilusión no tenía sexo, a pesar de que la
humanidad se hubiese encargado de dividir en dos grupos a los seres. Por un
lado, los hombres, con su fuerza y pragmatismo, sus manías y su control, su
severidad y su practicidad, y por el otro, las mujeres, con su ternura y
comprensión, con su capacidad de entrega y sacrificio, con su sensibilidad y su
bondad”, Ángela Becerra.
Cuando nos llevan al fuego de la presión y el estrés, los
hombres y mujeres reaccionamos de muy distinta manera. El hombre, como si de
una marmita se tratase, necesita fuego lento para no quemarse, necesita tener
el cielo abierto para humear, una superficie amplia donde borbotear . El guiso
de la marmita hay que ir probándolo periódicamente para sazonar y mover con
esmero y paciencia.
La mujer es olla a presión que aguanta cualquier intensidad.
Tapa cerrada con fuerza que todo lo encierra, que oculta su interior mil
ingredientes, todos secretos salvo para el que los echó. Cuando el fuego les
aprieta en exceso, desfoga la válvula, que desde lejos se oye y que si te da
directamente, te puede dejar de cualquier manera salvo indiferente. Si el fuego
no calienta lo suficiente, permanece callada, silenciosa, y sin embargo su
interior sigue cocinando.
Al hombre, el punto se le coge desde la propia cocina, casi desde el principio. De la
mujer sólo se sabe cuando todo está hecho, servido ya en el plato.
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