Las felicitaciones navideñas que
incluyen deseos de prosperidad, que ansían que esta situación se acabe y que
recuperemos la senda de la holgura para volver a los años dorados de hace poco,
me ponen especialmente nervioso.
Me ponen nervioso porque me da
por valorar si hemos aprendido, si estamos aprendiendo algo del punto de
inflexión en el que estamos viviendo.
Cuando un empresario añora el
crecimiento, la rentabilidad, las curvas de esos gráficos que apuntan todas
hacia arriba, me acuerdo de la hoguera de las vanidades de Wolfe y del gen de
la ambición, relativamente inconsciente que el radicalmercantilismo ha sembrado
en nosotros.
Y en otro plano, me causa honda
preocupación el borrón del plano público, político y económico que han sufrido
cuestiones como la conservación, las energías renovables, el desarrollo
sostenible.
Hasta hace muy poco se nos
llenaba la boca, y todos nos volvíamos un poco cómplices cuando hablábamos que
España es un país dependiente energéticamente de la energía externa y que había
que dar un vuelco a eso con las energías renovables. Decíamos que era un país
privilegiado en naturaleza, en espacios naturales y se desarrollaron
importantes medidas de conservación de enclaves y especies. Discutíamos de un
desarrollo de sectores económicos vinculados al desarrollo sostenible, lo que
se ha dado en llamar economía verde y animábamos a miles de jóvenes a
implicarse y emprender en actividades ecológicas, en ecoturismo, en gestión
forestal, en acuicultura natural…
De un tiempo a esta parte, como
si de un lujo se tratase, cuestiones tan vitales como las anteriores se han
evaporado del mapa de prioridades y preocupaciones de casi todos. En Madrid ha
desaparecido el ministerio de medio ambiente, en Andalucía ha desaparecido la
consejería, y he perdido ya la cuenta de los municipios en que el área ha
quedado en el segundo renglón de la tarjeta del concejal.
Las modificaciones de la
normativa sobre energías renovables está llevando a las empresas del sector al
cierre o al otro extremo del mundo. Por primera vez desde que se conoce el
sector de ecológicos amenaza con contraerse. Los programas de conservación de
especies se están apagando y sus responsables saliendo por la puerta de atrás,
los dirigentes de los espacios naturales protegidos afrontan con estoicidad una
gestión en las más absolutas de las soledades y precariedades.
Me preocupa el próximo año,
porque va a ser un año especialmente duro, claro, pero también porque temo que
no hayamos aprendido nada, que no estemos asimilando nada, que no hayamos
entendido que el modelo no era el adecuado, a nivel global, a nivel local. No
podemos pretender quererlo todo, tenerlo todo, acapararlo todo, acabar con
todo.
O adoptamos un modelo de
responsabilidad, de equidad para con nosotros mismos, nuestros más cercanos,
para los más alejados, incluso para los que habrán de llegar, o estaremos
entrando en la historia de la especie humana pero para mal.
Porque adoptar una política de
uso y consumo responsable de energía, de alimentos, de productos de consumo y
de inversión no es un lujo, es una necesidad. Que la energía que utilicemos
proceda de fuentes renovables no es un lujo es una necesidad. Que los productos
que tomamos sean producidos bajo criterios de gestión de la biodiversidad,
sostenibilidad, salubridad y cercanía debiera ser una obligación. Que
conservemos espacios geográficos en su estado natural, debiera ser imperativo
para todos.
No es ninguna tontería que
sigamos agotando los recursos naturales por encima de su nivel de reposición.
Esto los agricultores lo entienden bien cuando tienen que hacer más profundo el
pozo, y los pescadores cuando cada vez tienen que ir más lejos y calar más
veces las redes.
Los momentos duros, como está
siendo el 2.012 parecen que son los idóneos, paradójicamente para aprender,
hagámoslo, porque si no aprendemos, decaemos.
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