martes, 29 de marzo de 2016

Teorías apocalípticas, una revisión

Desde la grada observamos la degradación a la que sometemos al entorno, a la Tierra, a los ecosistemas, a nosotros mismos. Asistimos impasibles. A lo más, lo comentamos con amigos, preferentemente en la barra de un bar, como si no formásemos parte de ese todo, como si la evidencia de Galileo no se hubiese producido nunca.

La decadencia aparece como hipótesis, como teoría a lo largo del pensamiento humano, muestra evidente que forma parte de nosotros. Tenemos incluida la palabra como concepto en nuestras vidas, y la usamos a diario, apelando al declive, al descenso inevitable tras el punto álgido: del vigor del cuerpo, de la velocidad, del volumen de ventas,…, hasta para las enfermedades de las plantas utilizamos el concepto de decaimiento.

Hoy, las teorías sobre las decadencias aparecen más vigentes que nunca, aunque ahora adquieren rango globalizado. Sociólogos atribuyen a este sentir general el éxito en los últimos años del cine y la literatura catastrofista, apocalíptica. Por eso no nos cuesta nada imaginarnos un futuro cercano dominado por los zombies.

James Howard Kunstler en su Clusterfuck Nation, nos habla de la Larga Emergencia.

Dibuja un futuro apocalíptico con escasez de petróleo, fin de la vida urbana y dependiente del automóvil, disturbios, levantamientos armados en cada rincón del mundo. Fragmentación de países en regiones y localidades semiautónomas e inmensas penurias para una población que durante medio siglo había vivido "el mayor festival de lujo, confort y ocio de la historia de la humanidad" (suena, ¿verdad?).

Aquellos mejor equipados y preparados para sobrevivir a esta situación serían las personas del campo y los pueblos pequeños. Los apegados a la tierra y conocedores de oficios tradicionales, útiles, diestros en asuntos prácticos y dotados de un maduro sentido de la responsabilidad ciudadana.

Los perdedores serían los ex urbanitas que perseguían el sueño americano desde una casa de cuatrocientos metros cuadrados, a sesenta kilómetros de su oficina, que conducían para ir a todos lados, compraban en tiendas de moda y habían perdido hacía tiempo los rudimentos necesarios para conseguir alimentos y combustible por sí mismos.

Es cierto que esa visión del mundo no es más que una proyección psicológica de la realidad, que renueva las tesis de los antiguos profetas puritanos y es necesario aplicar ciertas dosis de optimismo para recordar que el instinto de supervivencia ha hecho a la especie humana superar numerosas crisis, pero la amenaza está. Las hipótesis de Kunstler empiezan a ser leídas por decenas de miles de personas.

El Narrador de Ricardo Menéndez Simón, protagonista de “El Sistema” recibe el siguiente mensaje en su lector de sucesos: “A todos los Puntos Calientes, Observatorios de Aves, Puestos de Frontera, Últimos Hombres Libres y Estaciones Meteorológicas del Sistema. Disturbios en las islas meridionales. Hambre. Saqueos. Destrucción de bancos, hospitales, cárceles. Codicia. Rapiña. Caos. Las cosas se están volviendo clandestinas. Repetimos: las cosas se están volviendo clandestinas. Nos regocijamos”.

Inquietante.

La historia humana está salpicada, a cada cierto tramo, de un asome al abismo, un tensar la cuerda, un exprimir el modelo, un oprimir al débil, un punto de acojone, que siempre ha sido superado gracias a la audacia, al ingenio, a la innovación, o a la revolución. A esas experiencias apelan los que reniegan de mensajes pesimistas, alarmistas y apocalípticos, sus razones, datos y argumentos tendrán. Sin embargo nunca como hasta ahora tuvo el hombre tanta fuerza y tanto poder, nunca. Nunca como hasta ahora se puede hacer tanto daño con tan poco esfuerzo, nunca como hasta ahora.


No hay que exagerar, claro. La mayoría de nosotros podría terminar de leer esto e irse a tomar un vino, relajarse y reírse un rato, disfrutar del momento. Prueba inequívoca de que toda visión, toda teoría horrenda es puramente fantasiosa. Y estaremos donde empezamos, viendo el espectáculo desde la grada, lo bastante alto como para no oír al científico cuando, al salir, por lo bajini, sentencie: “y sin embargo, se mueve”. 

No hay comentarios: