“Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es
realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener
simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin
embargo en ambas”, la reflexión de Orwell dada día está más cerca. Al menos eso
parece si el Banco de Suecia concede el Nobel a Richard Thaler.
Cuando tomamos decisiones económicas, somos parciales,
subjetivos, interesados, egoístas. Si, también en las decisiones económicas.
Una cosa es intuirlo, como la vida en otro planeta, y otra,
constatarlo y que la sociedad lo reconozca con uno de los máximos galardones mundiales. Al tomar
decisiones económicas, aplicamos una racionalidad limitada, proyectamos nuestra
percepción de la justicia y somos incapaces de controlarnos.
Puede que todo eso nos lleve a actuar de manera solidaria, a
aplicar criterios de equidad, a ser generosos, puede. También puede, y esto es
más evidente, que seamos egoístas, cortoplacistas, injustos, caprichosos.
Toda vez que está comprobado los comportamientos irracionales en los mercados financieros, se derrumban estanterías y estanterías de manuales y teorías económicas clásicas, el pensamiento económico entra oficialmente en crisis.
Así, los estados económico financieros pueden pasar sin ningún pudor al dominio de los ingenieros informáticos y los departamentos comerciales y de marketing a los creativos y gente del arte. La economía no se sostiene como disciplina científica, tiene más futuro como género literario.
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