Los representantes de los empresarios han logrado incluir este viejo punto en las negociaciones colectivas de estos días. El gobierno se ha apresurado a reclamar una silla en la mesa. Como se espera un intrincado debate, la patada a los acuerdos, a después de Semana Santa.
Un estudio presentado por la CEOE asegura que son el 5% de los ocupados los que se ausentan por término medio de sus trabajos, justificadamente o no. Los sindicatos dicen no tener problema para debatir sobre este asunto, sin embargo al oír que los empresarios pretenden poner a las mutuas como árbitros y vigilantes de estas acciones han dejado caer el comentario de que lo más factible sería enunciar algunas medidas que “alivien” el absentismo, y que las medidas definitivas se lleven a posteriores negociaciones. Es decir, lo mismo que llevan diciendo los últimos treinta años, del absentismo, ya hablaremos, haciendo notar el importante poder que en estas organizaciones tienen los brazos sindicales de las administraciones públicas.
Llegado el caso, los astutos negociadores sindicales sacarán el as recurrente de los horarios, recordando que los horarios laborales en España son cutres, y es cierto. De hecho, una serie de profesionales, constituidos coo asociación lleva ya años apostando por un giro en el concepto que en este país se tiene de dedicación-esfuerzo-conciliación, la Asociación para la Racionalización de los horarios españoles (AROHE), cuyo manifiesto es muy coherente y razonable, eso sí, complejo de trasladar a nuestro quehacer diario.
El divertido, pintoresco, o según se mire, diabólico es el efecto del ausentismo que a muchos se nos manifiesta con un “Ahora vuelvo”, “Ha salido un momento”, “Está desayunando” y que se traduce en falta de prestación de servicio, esperas absurdas y pérdidas brutales en los índices de productividad de las organizaciones y por supuesto, mellas en las cuentas de resultados. Y es que el debate sobre el absentismo, si se lleva a sus fuentes, a sus causas, nos traslada a aspectos tales como la motivación y factores psicosociales, o en otro plano, a reflexionar sobre aspectos de rendimiento y productividad, políticas de recursos humanos y estrategia de empresa.
La productividad está encima de la mesa en estos días como factor clave de competitividad europea. La discusión, los tecnólogos aún la tienen en la definición del concepto. Sin embargo las empresas lo tienen claro, productividad es facturación y calidad. La evolución de ambas tiene que ser directamente proporcional al volumen de retribuciones y contraprestaciones de los empleados. Considerando que en España sólo el 9% de los empleados tienen vinculado su salario a su productividad queda mucho camino por recorrer.
En Alemania, empresarios y sindicatos negocian de forma anual en cada región y en cada sector la evolución salarial con tres variables sobre la mesa: precios, productividad y beneficios. El modelo no se puede implantar en España, porque no se puede, las estadísticas llegan mal y tarde, y porque no se quiere, los agentes sociales eluden este tema de forma sistemática.
Las maratonianas reuniones de negociación, en muchos casos circenses son claramente improductivas. En ellas todos parecen ganarse el jornal según el número de horas dedicadas y que en los periódicos del día siguiente pueda decirse que la reunión acabó de madrugada. Desde luego no es considerada su productividad. Hasta alguno habrá, experto en ausentismo, tampoco es que el entorno se lo ponga difícil.
Con las costumbres contracíclicas que tenemos en este país, resulta que la crisis ha hecho aumentar la productividad en España. La explicación es clara, cuando llega la amenaza del despido, todos nos volvemos más diligentes y nos constipamos menos.
Deberíamos ahorrarnos toda la escenificación de estos días y esperar un par de años, lo mismo quien quede viva mejor.
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