Me siento realmente dolido por las manifestaciones de Rajoy
ayer en Nueva York en la que destacaba la gran cantidad de españoles que no
han salido a manifestarse en los últimos días. Aún estoy digiriendo mi
desconcierto.
A buen seguro sus asesores le pusieron encima de la mesa
los, al parecer, numerosos titulares internacionales que destacaban los
disturbios de Madrid del 25S y en los que, según el signo político de la
publicación, argumentaban la fatal imagen de país que se estaba dando.
Claro, es que la manifestación del 25S coincidía justo con
el momento en que Rajoy iba a la ONU a pedir una silla en el consejo de
seguridad. Lógicamente, cuanto más se hablase de las manifestaciones, más se
hablaría también de las desproporcionales, retrógradas e inexplicables cargas
policiales contra los manifestantes. Difícil, muy difícil le iba a costar al
presidente justificarlas, sencillamente porque no hay justificación posible en
un estado como el que teóricamente es España.
Dolido, muy dolido por las declaraciones del presidente
alentando a la pasividad, a la sumisión, a la flacidez intelectual, al acatamiento
sin chistar de la política que está llevando a cabo. La intención de aborregamiento, de aplacebarnos resulta indignante.
La madurez de una persona, y en colectividad, la madurez de
un pueblo pasa por tener claro lo que quiere (y lo que no) y luchar por ello.
España lleva unos meses despertando de su letargo, el ciudadano es cada vez más
consciente que puede opinar y decidir sobre su futuro y lo expresa, de manera
cada vez más clara, de forma cada vez más frecuente. La ceguera, la torpeza, la
estupidez es de los políticos que no se paran a escuchar.
Las cargas del pasado martes en Madrid tienen un objetivo
claro, desalentar las próximas movilizaciones, pero no, no es momento de parar,
al contrario, es momento de opinar.
Viene hoy al hilo la cita del jornalero andaluz, de Lebrija
según dicen que cuando el señorito le dio un duro para que fuese a votar por el
partido que le indicaba, lo rechazó argumentando: “En mi hambre, mando yo”.
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