Echarse al campo, patear toda la mañana, no encontrarse a
nadie. Volver al pueblo, pedir lo que hay en el único local abierto al público.
Que la gente del lugar, sin haberle preguntado se acerque para darte
indicaciones y consejos para tu estancia en la zona. Es posible, aún es posible
saborearlo, aunque hoy no es lo habitual.
Algunas comarcas rurales han vivido una pequeña gran
revolución en su vida gracias al turismo. El descubrimiento del campo por parte
de una generación que ha nacido y crecido urbana se ha convertido en una fuente
de riqueza para algunos rincones que se encuentran más cerca y accesibles de lo
que nos habíamos pensado.
Disfrutar de un sendero, de la gastronomía y artesanía
serrana, de las preciosas casas rurales, se ha convertido en una actividad
realmente pujante que explica el auge de la construcción en pueblos donde hoy
conviven casonas semiderruidas con modernas instalaciones perfectamente
aclimatadas en invierno y con piscina en verano. En Andalucía, por ejemplo, la
oferta de alojamientos rurales no ha parado de crecer, el 2.012 se cerró con
10.959 plazas disponibles en 1.178 casas rurales censadas.
Hace unas semanas pude recorrer la comarca de Las Hurdes.
Una tierra que en el ámbito turístico tiene duros competidores cercanos y más
accesibles como son El Jerte, La Vera, Las Batuecas. Esta circunstancia y su
recio clima pueden ser las causas principales de que la zona siga conservando
una impronta tan singular como auténtica, valiosa.
Las Hurdes conserva un sello, unos rasgos identificativos
propios que echan sus raíces mucho tiempo atrás y que hoy son sus grandes
atractivos. Sin duda es uno de los grandes retos de las comarcas interiores que
quieran tener en el turismo una de sus fuentes de riqueza, encontrar el
equilibrio entre la oferta de alojamientos y servicios y la pervivencia de los
rasgos culturales, sociales, gastronómicos, históricos y naturales que los
identifican.
El denominado turismo rural, tras una primera explosión en
la década pasada, va a seguir evolucionando. Los responsables territoriales de
las comarcas, situados hoy en sillones de alcaldía en municipios con encanto o
cabezas de condado, presidentes de mancomunidades, responsables de la gestión
del territorio de consejerías, tienen hoy una importante responsabilidad.

Atraer visitantes a comarcas recónditas, dotarlas de
infraestructuras y servicios sin llegar a convertirlas en parques temáticos es
una tarea delicada que se ha comprobado
que no todos saben hacerlo. Conseguir el arraigo y una vida digna en pequeños
pueblos sin que exista la necesidad de disfrazarse para los turistas todos los
días no debería resultar tan difícil.
Convertir el turismo en la principal fuente de riqueza de un
municipio serrano lo aliena, lo ahueca. Puede ponerle una fachada más bonita
pero lo va despojando de contenido. Por eso, lo más complicado pasa por
conseguir que los pueblos sigan teniendo su actividad y su economía tradicional,
y que el turismo se convierta en una actividad adicional. Esa es la gestión económica
y social vinculada al territorio, que hoy, tristemente se encuentra
desaparecida.
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