El
pescado sigue siendo uno de los productos alimenticios en los que más oscila el
precio. Tiene todo el sentido. Es un producto de temporada y por tanto no
disponible todo el año por lo que la demanda se intensifica en determinadas
épocas. Y, de otro lado, el sistema de extracción, mediante captura salvaje en
su gran mayoría, sujeta a condiciones atmosféricas muy cambiantes, hace que la
oferta pueda cambiar enormemente de un día a otro.
Este
juego ha sido, sigue siendo, la gran ruleta rusa del sector pesquero. A veces,
los barcos vuelven con las bodegas llenas de pescado de la mejor calidad, pero
al ser muchos, inundan los mercados y los precios son irrisorios. Toneladas de
pescado salen por las bordas en demasiadas ocasiones.
Otras
veces, capturas reducidas, pero conseguidas en condiciones extremas o en épocas
del año concretas, convierten el pescado y el marisco en auténticas joyas que
se cotizan como el oro.
En
este vaivén, además de los que ofrece permanentemente la mar, es complicado
vivir. Hay que tener muy impregnado el modo de vida para volver a casa, muchos
días con un mínimo jornal y apenas una bolsita de jarampa.
Por
eso, los acuerdos estables de comercialización son la mejor salida para aportar
tranquilidad y previsiones al sector. Es el acuerdo, por ejemplo que Lonja de
Isla Cristina mantiene con Mercadona. Suministro y compra estable. Se negocian
cantidades y precios de diferentes especies por temporada lo que garantiza una
venta y un precio mínimo. Este acuerdo permite a la cadena de supermercados
contar con un suministro habitual para sus establecimientos, con la máxima
eficiencia en el transporte y conservación, circunstancia muy valorada por los
consumidores.
No
es, la solución perfecta. Muchos armadores ven en el acuerdo una restricción
que les impide mejores beneficios si sus capturas son singulares. El acuerdo,
lógicamente impone una serie de garantías básicas y condicionantes en la manera
de trabajar a los marinos, pero la solución únicamente pasa por mejorar las
condiciones de los acuerdos en los despachos, no favoreciendo la desunión del
sector.
Existe
una carencia monstruosa en la cadena alimentaria. Hoy, los intermediarios
tienen un poder desorbitado y controlan demasiadas partes del proceso y los
precios pues sienten que son los que tienen la llave de los consumidores. En
gran medida son los consumidores los que otorgamos este poder por nuestra
inacción, sumisión y hábitos de compra. No ejercemos una compra razonada y
consciente. Nos limitamos a ir a lo más cómodo y lo más barato.
Para
mejorar su posición competitiva en la cadena de suministro alimentario, Lonja
de Isla Cristina, o cualquier otro sector o territorio que se sienta cautivo de
los supermercados tiene armas y herramientas. Desde luego, la primera es no
aceptar condiciones leoninas, no vale conformarse con subsistir, pero a
continuación tiene una vía de trabajo honrosa y preciosa, la que pasa por
reforzar la dignidad del sector, del territorio y del producto.
Así,
Lonja de Isla Cristina tiene que hacer saber a cada consumidor, que el pescado
que se lleva a casa, lo compre en la pescadería que lo compre, ha salido de las
aguas del caladero isleño con el esfuerzo y sudor de sus marineros. Cada
consumidor tiene que conocer los elementos diferenciales del pescado que va en
la bolsa. Tiene que conocer de la valía, el sabor, las propiedades, su posible
escasez. Tiene que aprender a diferenciar, tiene que aprender a comprar, en lo
que, en definitiva, acaba pagando y lo más importante, comiendo.
Lonja
de Isla Cristina tiene que exigir que el intermediario, en este caso Mercadona,
ofrezca de manera clara y transparente esta información al consumidor. Y si no
lo hace, pues lo tendrá que hacer la propia Lonja, tendrá que ser proactiva.
Tendrá que saber que hoy, no basta con tener el mejor producto, que hay que
comunicar. El cliente tiene que ser del pescado y de quien lo produce o
captura, no de quien lo pone en el aluminio. Sólo así se podrá romper la
espiral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario