Todos somos turistas. Es bueno que así sea. Viajar enriquece
en todos los sentidos, así que conocer otros lugares, culturas, patrimonios
naturales, históricos y artísticos es una actividad que todos debemos
proponernos hacer con la mayor asiduidad posible.
A la inversa, algunos destinos se hacen más atractivos y
apetecibles. Por su riqueza, por su accesibilidad, por su atractivo. La ley de
oferta y demanda y una industria que genera mucha ganancia hace el resto. La
masificación.
Las reivindicaciones de las últimas semanas que denuncian
que la masificación hace inhabitable un espacio son una prueba de que estamos
llevando el sistema turístico al límite.
Hay algunos aspectos que deben debatirse con calma. De un
lado, la propia masificación, de otro, los actos reivindicativos y desde luego
el modelo que agarramos para hacer turismo.
Respecto al modelo. Hace ya bastantes años que algunos,
condenamos el modelo estractivista que ha dominado el turismo en los últimos
cincuenta años. Unas conductas que hacen del destino un objeto de usar y tirar,
donde practicar aquellas actividades y usos que no osaríamos hacer en nuestro
lugar de residencia. Un modelo que genera precariedad en los empleos en destino
y esquilmación de los valores naturales. Hace tiempo que algunos defendemos de
manera vehemente el ecoturismo, como el turismo que apuesta por relacionar el
turista con la población en destino, que genera empleo digno, que respeta los
valores naturales y patrimoniales, que mantiene y admira lo que allí se
encuentra y que aporta su dinero para que siga así. Hay fórmulas y algunos
lugares lo están desarrollando. Costa Rica es un ejemplo. Pero también más
cerca, y he tenido oportunidad de participar en primera persona, espacios
naturales de Andalucía y Castilla La Mancha lo están aplicando. Con la Junta de
Andalucía hemos impulsado esta actividad de la mano de AndalucíaLab. En
Canarias y Marruecos hemos trabajado intensamente con ello en diversos
proyectos.
Las acciones reivindicativas son la manera de hacer visible
una posición. Desde luego tengo que rechazar cualquier acción violenta física o
moral, pero es necesario entender que a veces, hacer visible una idea, cuesta
mucho. Hacía ya mucho que las redes sociales, los blogs, los balcones vienen
avisando de que demasiados vecinos están hartos. Sienten invadido, violado su espacio,
su territorio. Acceder a medios de comunicación masivo cuesta muchísimo según
la posición en la que te encuentres. Los espacios personales y los actos
reivindicativos son las únicas herramientas que muchos tenemos para hacernos oír.
Cuando masivamente acudimos a un lugar se corre el riesgo de
hacerlo de los turistas. Un refugio de fauna salvaje no puede ser nunca un
parque de atracciones, ni un mercado diario de fresco un mundo temático. Son
muchas las costumbres que se mantienen vivas gracias a los ingresos turísticos.
Podríamos incluir, desde la danza de los masais, hasta el mercado de Triana.
Cierto que sigue siendo un baile ritual y que cada mañana muchos trianeros
hacen sus compras en el mercado, pero el chiste hace tiempo que desapareció.
Las propias hordas de guerreros dotados de sombrero de ala ancha y cámara son
en si mismas un atractivo turístico de numerosos cascos históricos donde los
plebeyos se apartan a su paso o acaban huyendo a la periferia para mantener su
integridad.
El debate sobre los cupos y las tasas requiere de un
planteamiento serio, riguroso y que piense, ante todo en los habitantes, los
residentes, las especies naturales, el patrimonio histórico que son los únicos
que le otorgan valor al destino, lo mantienen vivo. En esto es también mejor
crecer en precio que en volumen.
Este criterio, es necesario equilibrarlo desde luego, con el
que rige el destino de esos ingresos, los cuales tienen que servir,
prioritariamente para mantener y mejorar el destino y la vida de los que lo
hacen posible.
El modelo ya funciona muy bien en muchos territorios. Se
llama ecoturismo.
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