En el ámbito de los regímenes abiertos representativos, existen partidos de notables, de masas y de electores. Hay que incorporar una nueva categoría, los partidos de empleados. Esto es, los partidos políticos que se alimentan de su cantera, la cual, nace y crece al abrigo de las secciones juveniles y los más destacados van pasando a los primeros equipos gracias a los gerifaltes que, generosos, van cediendo sus puestos ante los inexorables ciclos del tiempo o los jueces.
Dice César García Buñol que vivimos en un coto cerrado en el que el mayor enemigo de la democracia, las élites, han conseguido sacar el máximo provecho del clientelismo.
El éxito público, político y económico (va todo unido) se produce cuando se consigue alinear los factores suficientes que permiten acceder a los votos, a la financiación y a la popularidad, Celosos del conocimiento, las élites que lo consiguen guardan como un tesoro la fórmula de explotación de la red clientelar. La principal consecuencia para la sociedad y la calidad democrática en su conjunto es que el acceso a los recursos públicos viene condicionado por la pertenencia a la élite.
En España existe una envidiable longevidad del clientelismo que sólo cabe explicarla por la enorme carencia social de la que adolece el estado. La sociedad civil es permisiva, silenciosa. Y se convierte, por ley inexorable, en el momento de las elecciones, en cómplice y adoradora de la élite. En última instancia, la máxima responsable de la dolorosa perpetuidad del sistema.
Los daños colaterales son tremendos. Uno muy grave es que el clientelismo, revienta la meritocracia y, en otro plano potencia la desigualdad: un mal enchufe vale más que una buena carrera.
Que la sociedad en su conjunto asuma la existencia del clientelismo hace que se convierta en su propia cárcel, siendo incapaz de encontrar vías de escape a esa espiral viciosa que la perjudica y la contamina. Caer en esa trampa traducida en coletillas como "todos son iguales", "todos roban", "no voy a votar, ¿para qué?" esta actitud anodina, el hartazgo, la indiferencia que hace renunciar a lo colectivo y que se produce en algunas sociedades modernas es lo que podría llamarse la Trampa del Clientelismo.
Una encrucijada, una enfermedad de la sociedad, no buscada intencionadamente por nadie de forma ex profesa dada su complejidad, pero que utilizan y aprovechan las élites que dominan los partidos políticos de empleados. Los cuales tienen, además poderosas herramientas para potenciarla: control de medios de comunicación, asignación de subsidios, dominio de los tiempos e intensidad informativa y, lo que, a veces pasa demasiado desapercibido, el control de los boletines oficiales.
La Trampa del Clientelismo empeora la calidad de las instituciones, de la democracia y en última instancia de la propia sociedad
Hay fórmulas para frenarlo, claro que si: Que los programas electorales se conviertan en auténticas propuestas de gobierno y de futuro: que se hagan de obligado cumplimiento, hacer de los mecanismos de participación popular una verdadera forma de participación transversal y plural, ser lo suficientemente transparentes como para lograr una actitud abierta a la sociedad.
Más ideas: limitar el número de mandatos, listas abiertas, admón pública más profesionalizada (quitar puestos de libre designación, aplicar régimen sancionador y de premios al cuerpo de funcionarios), incorporar la política a la educación.
Es absolutamente incomprensible que después de tantas promesas, la reforma de la Ley Electoral haya quedado aparcada, que el régimen de financiación de los partidos siga siendo opaco, que haya personas que en toda su vida profesional sólo haya ocupado puestos públicos y no tengan constatada una capacidad técnica, que se nombre a personas con nulo conocimiento del área que se le encarga gobernar, que se mantengan en puestos públicos a personas acusadas de delitos contra el bien común, que partidos enteros, como entidad, estén acusados (esto es, con indicios suficientes según el juez) de defraudar y engañar a los ciudadanos.
Hay que maximizar el gran honor que supone tener un cargo electo y tener clara la gran responsabilidad que supone. Sólo se puede aceptar si se tiene energía y un espíritu transformador.
Los partidos políticos son imprescindibles en las democracias participativas, su calidad y salud, como la fiebre, es un claro síntoma de la salud del Estado. La sociedad, tenemos que escapar de esa trampa del clientelismo, tenemos que dejar de sustentar estas élites extractivas.
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