En la defensa de la biodiversidad, en la apuesta por la
conservación, una de las cuestiones más difíciles de visualizar e interiorizar
es la suma importancia de cada eslabón de la cadena. Cada pieza es importante,
cada especie, cada elemento cumple una función.
Sin embargo, el hombre ha alcanzado tal nivel de poder
gracias a la ciencia y la tecnología, que hemos pasado a gobernar el futuro del
planeta que nos da la vida. Estamos, los humanos, provocando la sexta extinción
mundial de especies. Estamos cambiando de tal manera el propio funcionamiento
de la dinámica natural, que los científicos están debatiendo ahora si hemos
entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno.
El Golfo de Cadiz es un lugar privilegiado por su ubicación
geoestratégica. Un clima benigno y la riqueza del océano al que se asoma, lo
hace de los mejores lugares del mundo para vivir. Su amplia plataforma
continental ofrece un rico caladero pesquero, sus playas arenosas, uno de los
mejores lugares para disfrutar del tiempo de descanso.
Los cordones dunares que se extienden desde Portimao a
Tarifa cumplen una función biológica insustituible. Dan lugar a un ecosistema
propio, hacen posible todo un mosaico de vida que ha dado lugar a diversas
especies autóctonas, tanto vegetales como animales. Las dunas, sus corrales, la
vegetación asociada a la misma, además de resultar variada, bella, singular,
cumplen funciones esenciales para el adecuado funcionamiento de todo el
entorno. Una de ellas, absolutamente imprescindible, la protección frente al
viento y la mar.
Nunca lamentaremos lo suficiente haber permitido construir
en primera línea de playa, reventando el cordón dunar, desvirtuando el paisaje,
mutilando el ecosistema. No todo está a nuestra disposición y a nuestro
servicio. Reconocer el valor del ecosistema dunar nos hace conscientes de
nuestro espacio y nuestros límites, de la necesidad de dejar que las fuerzas
naturales sigan su dinámica porque, en ellas también se genera la riqueza natural
que nosotros hacemos también económica. El caladero pesquero es así de rico
gracias a esta dinámica mareal y a los continuos movimientos del fondo marino.
Las marismas son fuente inagotable de riqueza gracias a las dos mareas que,
diariamente oxigena, renueva los nutrientes. Lo singular, lo diferencial de
las playas, sus dunas y la arena blanca es motivado por las mareas y los
vientos. Así ha podido diseñarlo la naturaleza desde mucho antes que trajésemos
nuestros espigones, nuestras dragas, nuestros arrastreros o nuestros edificios
a la playa.
Cualquier opción de futuro para el turismo, para la pesca,
pasa por utilizar unas prácticas, un modelo, unas infraestructuras, que adapten
la generación de riqueza a los ciclos naturales, de otro modo sembramos flores
de un día, espejismos que un vendaval transforma en pérdidas, dolor e
impotencia.
Hace unos años, se acometieron unas tareas de mejora en el
cordón dunar que han dado sus frutos. El ecosistema es muy agradecido, se han
regenerado dunas, se han asentado algunos núcleos de enebros, en algunas zonas
hay alguna regeneración del pinar, pero no puede prosperar solo. Tal como lo
hemos dejado, encorsetado entre edificios y carreteras, no puede.
El pinar de
Isla Cristina tiene los días contados, está viejecito, numerosos pies ya han
cedido y otros muchos lo harán, en breve tristemente. El retamar tiene nulo
relevo, algunas otras especies xerófilas pasan por un momento muy delicado. Es
necesario seguir combatiendo las especies invasoras, especialmente el diente de
león. No es difícil explicarse con todo ello porqué, nuestra especie más
emblemática, el camaleón pasa por una situación crítica.
La presión sobre el sistema dunar, especialmente en verano,
es desorbitada. Accesos, chiringuitos, aparcamientos, quads, motos, vándalos,
basura, acampada, fogatas, pisoteo, desbroce. Nada nuevo, por otro lado.
Espero que si llegue, y sea novedad, una creciente
conciencia ciudadana, sabedora de la necesidad que tenemos que el ecosistema
dunar esté sano, aunque simplemente sea por egoísmo inteligente; y que sea
visible, constatable la implicación de las administraciones públicas en
proteger y cuidar, funciones que, de otro lado, les son obligatorias. El
Antropoceno está aquí, aprendamos al menos, a gobernar el planeta adecuadamente.
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