Tiene un importante halo de tristeza, por aquello de
la prescindibilidad.
A pesar de que la newsletter aporta, contribuye en
positivo, es generosa, llega para dar, para incardinarse en la vida, incorpora
novedades y genera sensación de alegría y simpatía en el que la recibe, si
desaparece, no pasa nada.
En el tejido social, tener la sensación de ser bueno, ser bienvenido, y a la vez, ser prescindible, puede llegar a ser durísimo. Si nos vamos, si desaparecemos se tarda en
percibir la ausencia. Todos tenemos en el buzón huecos por las newsletter que hemos
dejado de recibir y aún no sabemos. Puede ocurrir igual, cuidado, con las personas.
Para la newsletter, el destinatario es lo más importante,
es lo que da sentido a su existir. Si no la abre, si no la lee, si no le presta
atención, la impotencia, la frustración, la rabia, la tristeza se le dibuja en
el título, o en la frente en el caso de las personas.
Ser más que una newsletter es como superar un grado, un
examen en la escala de importancias personales. Imperceptible en la mayor de
los casos, crucial para la estima y la moral.
Todos somos prescindibles, claro, pero cuando dejemos de
estar. Mientras estamos aquí, necesitamos nuestro espacio, cariño y atención.
Cuestiones que no se pueden comprar , vínculos de sentimiento mutuo que tenemos
que cultivar con reciprocidad.
Todos aspiramos a ser algo más que una newsletter para
las personas que queremos. Ser algo más que una línea en la bandeja de los
pendientes de abrir.
Por inercia, dejadez, ambición o desconocimiento,
impulsados por un deslumbrante anuncio, comienzo, reunión, o beso, nos
suscribimos a newsletter que dejan de interesarnos al tercer envío pero que por
pereza o vergüenza no tomamos la decisión de darnos de baja.
Trozos de víctima y verdugos en el mundo de las
newsletter somos.
2 comentarios:
Sin palabras me dejas...
Me encanta, ya sabes....
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