No voy a dar ni uno, bueno solo ese, porque no son los
datos sino la utilización y banalización de estos lo que debería revelarnos,
sobre todo cuando nos restriegan en la cara los malos datos a los que tenemos
una responsabilidad reducida, a los que podemos hacer menos por cambiarlos.
Es indecoroso, insultante, zafio, debería ser condenable
que, diariamente se utilicen las malas estadísticas de una manera tan trivial,
tan impersonal. Detrás de cada mal dato hay desequilibrios, arrugas, desigualdad,
lágrimas, exclusión, tensiones, marginalidad, sufrimiento, penuria,
privaciones, emigración, desesperación, frustración, sufrimiento.
No somos datos, somos personas. No tenemos cifras sino
caras, no estamos formados de porcentajes, índices o tendencias sino de
familia, amigos e ilusiones.
Los datos pueden hacer nublar la sensibilidad, pueden anular la perspectiva esencial. A los datos que hablan de personas tenemos que incorporarles alma para que sobre los mismos, se adopten decisiones con conciencia.
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