Porque nos dará hasta para aburrirnos de series y realitys.
Entonces descubriremos los juegos de mesa, las sobremesas largas y sus
tertulias, el sabor del buen coñac, las manualidades, los puzzles, ...,y los
libros.
Ese denostado club que la inmediatez del disfrute había
relegado al ostracismo y a mero objeto decorativo en las estanterías. Haremos
propias aquellas máximas de que cada libro es un mundo nuevo y un viaje.
Sabremos de la riqueza del lenguaje, del ingenio del autor,
de las perífrasis, los circunloquios, los diálogos interiores, los personajes
que se reconocen por sus autores. Lo mismo logramos desembarcar al fin en la
increíble, complejísima, riquísima, sabrosísima ínsula de la poesía.
Lo mismo superamos el siempre insalvable muro de los
clásicos y hasta nos leemos El Quijote.
Concentrarse en una buena lectura es la mejor receta
posible, un bálsamo, pero además nos servirá para el resto de la vida.
Y soñar. Soñar con que el tiempo dedicado a las letras estos
días coja la suficiente fuerza, la adecuada magnitud para que alcance la
categoría de hábito. Y entonces, o Dios, se habrá obrado el milagro.
Porque el reto no es leerse un libro en estos días, lo
verdaderamente deseado es que sigámoslo haciendo, que se revierta la tendencia
de creciente analfabetismo y cultivo de la ceguera que estamos arrastrando.
Ojalá esto del coronavirus sirva para curar ese profundo mal.
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