Me gusta el turrón del duro. Será una causa más de que
también me gusten los ladrillos. Los de lectura. Eso de que alguien necesite
más de mil páginas para contar lo que lleva dentro me parece prodigioso. Me
gustan sí. Los de literatura y sobre todo los de divulgación científica.
Ahora estoy con el último de Piketty. Disfrutándolo, y sufriendo,
porque se acercan amenazantes las conclusiones y por tanto el final. He leído también
a Klein. Por eso estos días me acuerdo tanto de su Doctrina del Shock. Porque
es cierta. Porque cualquier cambio de envergadura en el estatus político,
social o económico en los últimos años ha tenido que venir precedido de una
impactante estrategia de comunicación. Como somos muchos y estamos muy
interconectados, siempre se acaba apelando a lo mismo: al miedo.
Considerando que el problema sanitario se controlará más
pronto que tarde, es cierto que la celeridad y contundencia en las medidas del
gobierno tiene mucho de explicación económica. Para tener mayor certeza del
éxito de las medidas ha sido necesario desbordarnos de miedo para que seamos
medianamente disciplinados.
Esto es una realidad, y otra muy distinta es, además de los
bulos a pie de calle, alimentar teorías conspiranoicas. El de la búsqueda de
poder de la industria farmacéutica para lucrarse con la vacuna tras haber
liberado intencionadamente el virus. Como el que alienta la guerra de bloques
entre oriente y occidente.
No, no se consigue un nuevo orden mundial de esta manera.
Los resultados y las variables son tan poliédricos que aventurar cualquier
posible desenlace para dentro de diez años es absurdo. Además, el grado de compenetración
entre los equipos de gobierno dista mucho de todo eso. No, no creo que esta sea
una maniobra para alterar nuestros derechos básicos y aumentar la autoridad de
los gobiernos, para hacer caer multinacionales, para frenar las grandes
migraciones a causa del hambre y el cambio climático. No, lo que ocurre es que
la situación desborda a los responsables y actúan como mejor pueden y saben a
contrarreloj, con información limitada.
Si temo más el apropiamiento del discurso de los lobos
políticos que aprovechan toda la carnaza, toda la carroña en beneficio propio.
Hemos visto como la propia oposición en España, que presume ser partido de
gobierno, tardó demasiadas horas en despegarse de la crítica barriobajera al gobierno.
Como aún hoy, las refriegas partidistas asoman en los que deberían ser
conductas ejemplares de estado. Sigue faltando altura de miras, convencidos de
la Política, en el sentido más clásico del término en puestos de
responsabilidad.
Y entre los que quieren ocuparlos. Por eso, lo que más temo
es que todo esto sea aprovechado por algunos para tratar de convencernos de que
el mejor camino es un gran estado soberano que nos proteja de cualquier posible
mal. Con eso vendrá el nacionalismo, el racismo, el clasismo. Y podríamos
retroceder al más oscuro rincón del infierno.
Es muy previsible que muchos gobiernos europeos retrocedan
tras esto en la consolidación de la UE, ya estamos viendo síntomas. Es
previsible que el resquemor que quede en la población aliente el egoísmo económico
y social en una falsa creencia de que podrían escaparse de otra crisis si
pudiesen protegerse. Como hoy los ricos, que no temen al cambio climático
porque tienen dinero para más aire acondicionado, para mudarse a otro lado o
para construirse un búnquer.
Pero lo cierto es que ese estúpido individualismo no sirve,
al contrario, nos debilita. Porque nos separa y cualquier cosa que podamos
conseguir, tendremos que lograrla juntos. Por eso la campaña de reconciliación
con el mundo tras el coronavirus tiene que ser más enérgica y contundente que
la que ahora sufrimos para frenar la pandemia. Porque de la otra, la que lleva
al integrismo y a la xenofobia no habrá nadie que pueda salvarnos.
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