Manuel García emprendió un viaje , como los grandes
exploradores, no para descubrir nuevos mundos ni nuevas especies, sino para
conocer lo que hay detrás de un poema, lo que lo motiva, lo inspira, la
apasionante, o aterradora historia que acaba plasmada en unas pocas líneas
garabateadas en un trozo de papel en una estación de tren o un barco.
Un siglo después, en concreto 121 años después, Manuel
García, a partir del completo epistolario publicado por Angel Ganivet, cautivado
por sus Cartas Finlandesas, emprende un camino de investigación por su obra y
por los escenarios donde transcurrieron, hasta lograr una identificación con el
personaje que causa escalofríos y puede llevar al peor de los finales.
Porque el tramo de vida que se narra de forma bellísima en
la novela, es una continua rampa descendente. Se coloca en el inicio en lo más
alto del tobogán, cuando es nombrado cónsul en Helsinki y conoce a Mascha
Diakovsky, cuando todos los factores le son propicios, y a partir de entonces,
desamor, desencuentro, frío, tinieblas que abocan un triste final.
Mente privilegiada que cuando sabe de su enfermedad
degenerativa siente la necesidad de escribir, y en menos de tres años escribe
toda su obra. Fallece con 33 años dejando un legado literario impresionante. Es
fácil entender como García, poeta más que nada, tiene la necesidad de escarbar
en su vida y su personalidad. Y bien que lo logra, rescatando situaciones,
personajes, causalidades que sin duda son una gran aportación, más allá del
propio libro, en la investigación del gran escritor que fue Ganivet.
Lo hace sin juzgar, enseñando las vergüenzas, mostrando al
lector que un gran literato no tiene que ser una gran persona en el sentido de
la bondad y la moral, pero dejando ese aspecto como nota al margen del eje
central de la narración que es el motor poético y literario que movía a
Ganivet, el nudo gordiano del libro que, en mi opinión, logra lazar de forma
fascinante.
Cierto que el desenlace de la trama secundaria careció de
frenos lo que resta tensión y verosimilitud en el momento culmen del final, no
hacía falta, el dramatismo de la historia real ya tiene bastante atrapado al
lector, pero es un detalle que no resta brillantez al gran trabajo, a la
cuidada prosa, al retrato en sepia de ese granadino que se dejo el alma entre
Riga y Helsinki y que nos dejó un epitafio tan sobrecogedor:
Mañana, cuando yo muera,
ten esto bien claro,
con una trenza de tu pelo rubio
atarán mis manos.
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