sábado, 20 de marzo de 2021

Bajamares

 

Después de la digestión y reposo tras su lectura, la historia de Bajamares de Antonio Tocornal me sigue produciendo sensaciones encontradas. Si ese era un objetivo de la obra, felicidades. No deja indiferente, va, de forma tan intencionada a arañar el alma, pero no se puede permanecer al margen. Desnuda, cruda, de las que hace masticar arena.

La senda que propone Bajamares es siempre descendente, introspectiva, hasta dar con el cazo en el fondo para tomar conciencia de que también lo que hay abajo es duro, que ya no hay más, que el final se acerca, que por delante solo queda silencio y oscuridad. Es como el viaje del escritor hacia las entrañas para entender que nunca va a poder superar ese vértigo de sacar fuera lo mejor


y lo peor de sí. Como el vértigo que tiene el farero y del que nunca se cura a pesar de tener que subir al menos dos veces al día, cada día de su vida a la torre.

Una historia llena de símbolos y de ventanas sin abrir para no romper ¡la magia? de la posibilidad que pueda ser. Dejar abierta la posibilidad tiene otra cara, la de no afrontar las decisiones, no encarar con valentía el riesgo para saber si detrás de esa ventana está el aire fresco o la flama, la posibilidad nos hace prisioneros de nosotros mismos. Una prisión que el protagonista elige voluntariamente en ese islote para desentenderse egoístamente del mundo, rechazando el amor de una madre, la amistad del único e intermitente cordón umbilical que lo une con el mundo.

El guardafaros se hace intencionadamente uraño y se dedica a expulsar de si las alegrías hasta volverse un alma que apenas vaga por un cementerio de gente sin nombre, escoltado por su plaga de pequeños demonios. Consiguiendo que aquel mortal arrecife no cause nuevas muertes mientras él pueda permitirlo, pero esa es sólo la excusa para que el mundo le permita seguir manteniéndolo al margen. Le importan menos las vidas de los demás que la suya propia.

Bajamares tiene una excelente factura, no sobra ni una coma. A la vez es un claro ejemplo de que la literatura no tiene que responder a los patrones de moralidad ni ser ejemplo de valores. No todos los protagonistas tienen que caernos bien ni tenemos por qué sentirnos identificados. Bajamares está contada en blanco y negro, sin música de fondo, el inevitable rumor del mar que siempre queda asociado a las historias marítimas solo aparece en breves momentos vestido de gris, para anunciar muerte.

Bajamares tiene varias voces, quiero entender que, como ejercicio de sinceridad con el lector, para convencerlo de que el mundo intencionadamente dibujado por el autor es así, como el de la Bajamar, cuando el agua se retira y el salitre y el aroma de la primera podredumbre se pega a la piel. Y ahí se queda, semanas después de habernos alejado de la orilla.

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