Cuando Orwell escribió esta novela distópica, el primero que
pensó en algo parecido a Internet no había nacido, así que esa idea de crear un
exolenguaje, esa nuevalengua, mediante la que el poder totalitario utilizaba
los canales de información para justo lo contrario, para manipular y engañar a
toda la población sonaba a un futuro increíble. Nadie podía dar por cierto que
en 1984 el mundo podría parecerse a lo que cuenta la novela.
Solo había que conseguir que todos aceptasen la mentira
impuesta por el Hermano Mayor, el partido. Si todos los archivos contaban la misma
mentira, la mentira pasaba a ser historia y se convertía en verdad. “Quien
controla el pasado, decía la consigna del partido, controla el futuro. Quien
controla el presente controla el pasado”. Y aún así el pasado, a pesar de ser
alterable por naturaleza, nunca había sido alterado. Lo que era cierto hoy lo
había sido siempre y lo sería hasta el fin de la eternidad. Era muy sencillo.
Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias sobre tu
propia memoria. Lo llamaban “control de la realidad” y en esa nuevalengua, “doblepiensa”.
Orwell no podía anticipar el poder que tendrían las
tecnologías de la comunicación setenta años después de su manuscrito, pero si
agarró con fuerza esa característica de algún gen humano por el que todos
creemos poseer la verdad y nos encantaría imponerla al resto del mundo si
tuviésemos medios para ello. En alguna precuela de la obra, el personaje
primigenio de 1984 lo consiguió y logró establecer un orden mundial en el que
la verdad era imbuida a la población diariamente, sin menoscabo de que, en caso
de resultar necesario se cambiase al día siguiente.
La posición suprema y dominante del narrador omnisciente lo capacita
para lo que quiera, siendo el protagonista, Winston, y los cuatro personajes
secundarios con los que se construye toda la trama, pobres marionetas,
instrumentos para ejemplificar su concepción de este mundo distópico, increíble,
y atención, tan escalofriadamente cercano a muchas de las pautas y conductas
que hoy vivimos y sufrimos. Véase, por ejemplo, la capacidad de influencia
colectiva que ha logrado, en pocas semanas, que toda una población mundial esté
deseando ponerse unas vacunas que se han saltado los tiempos y procedimientos
exigidos hasta ahora por las propias autoridades sanitarias.
Creo que Orwell debió colgarse en su despacho un retrato de
Stalin para mantener la inspiración durante su redacción. No debemos de perder
de vista el contexto geopolítico en el que vivía. Pero su fondo va mucho más
allá de ser una sátira al estalinismo como algunos pretenden degradarla. A
mediados del siglo XX las ansias de control mundial de algunos países habían
quedado de manifiesto, era más que probable que el siguiente dictador que anhelara
edificar otro imperio lo hiciese con aspiraciones mundiales. En esa época tenía
mucha fuerza la idea del mundo-isla de Halford Mackinder, “quien gobierne el centro
dominará el mundo-isla” y “quien gobierne el mundo-isla, dominará el mundo”. Gente
del realpolitik y Hitler lo creyeron. La amenaza de concentración del poder en
muy pocas manos sigue siendo una amenaza que hoy seguimos palpando. De las
consecuencias de este hecho habla 1984, por eso hay que leerla.
1984 es una novela fascinante, inquietante, inspiradora para
todos aquellos que tengan inquietudes por reflexionar sobre el mundo en el que
vivimos. Cierto que no te agarra en la fluidez narrativa, que varios de sus
pasajes ganarían con otro ángulo de visión, con mayor cercanía al corazón de
los protagonistas, permitiendo que el lector se identifique con ellos, en sus
miedos, en sus anhelos, y sobre todo en las revelaciones finales. Es la
angustia y no la prosa la que te espolea.
La nuevalengua estaba pensada no para extender, sino para
disminuir el alcance del pensamiento y dicho propósito se lograba de manera
indirecta reduciendo al mínimo el número de palabras disponibles. 1984 está
escrita para dar alas al pensamiento.