Hacer corsés para el cine, liberarse de los corsés establecidos.
Una pasión juvenil que junta dos vidas para evitar esos caminos que tenía
previsto el destino y los planes trazados por las familias. Y a partir de esa
comunión pasajera, separarse, recorrer la vida para lograr mantener la distancia
necesaria para ser mejores.
Un arriesgado planteamiento muy bien resuelto por Marian Izaguirre que se sirve de varios puntos de vista, varios ángulos de visión y narración para desgranar la sociedad que resultó de la postguerra civil, los escalones sociales, el papel de la mujer, la construcción de sueños. El amor pasional, las traiciones.
A Henar y Martín los encontró la efervescencia juvenil. En
un momento de sus vidas estuvieron unidos y planearon un futuro común aunque
para eso tuviesen que huir. A partir de ahí, la novela cuenta la secuencia de
una separación en la que cada uno fue encontrándose a si mismo a medida que se
separaba del otro.
Izaguirre cuenta una historia que es verosímil gracias a su
honestidad. Pegada a tierra, no trata de idealizar situaciones y personajes
aunque también es cierto que evita el lado más crudo y gris, no le hace falta remover
el cieno para hacer girar la historia. Como bien dice, “los dioses mutan
mientras que los humanos acumulan inútilmente puñados de esperanza”.
La chispa que provoca toda la historia, la fuga a Madrid de
Henar y Martín comienza a apagarse en cuanto se bajan del tren, así que desde
las primeras páginas el lector entiende que se está sumergiendo en una
secuencia de fracasos, sólo queda averiguar cuánto de amargos serán y quien será
el primero en rodar por la pendiente, porque es seguro que lo acabarán
haciendo.
Aparecen en la historia apuntadas otras cuestiones sumamente
interesantes en la época en que transcurren los hechos, la autonomía económica
de la mujer, las relaciones extraconyugales notorias, la sordidez de las
anticuadas leyes civiles, y un concepto que, de manera transversal, sobrevuela
las páginas del libro, la decencia. Ser y querer ser decentes, ese ambiguo
objetivo que tanto a preocupado a generaciones enteras, máxime cuando es un
término muy elástico como puede comprobarse en varios pasajes.
Después de muchos inviernos invita al lector a ser partícipe
de las pretensiones de los protagonistas, que aspiran, fundamentalmente, a cierta
cuota de felicidad aunque, como le pasa a cualquiera, puede que para lograrlo
no acierten demasiado en sus decisiones. Por eso es una historia tierna,
humana, cercana, real.
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