Estas fiestas tradicionales, llevan, a su máxima expresión, la alegría de un derecho y deber fundamental. Hace semanas que no queda ningún salón de celebraciones, en hoteles y restaurantes de todo el país. Los ciudadanos, reconocen y asumen la responsabilidad del voto, la ejercitan y, a continuación lo celebran. Ciertamente una lección magistral.
Otros, aunque quieran, no pueden llevar esa satisfacción a último término, pues existen regímenes que coartan la libertad de expresión de sus ciudadanos, mutilando el desarrollo de su propio país, de su propia sociedad. Entre ellos, está Marruecos.

No es, ni mucho menos el caso más grave, aunque evidencia lo que el aparato censor del gobierno es capaz de hacer. Normalmente es la prensa la más castigada, con continuos cierres y multas de diarios y semanarios que publican críticas al gobierno o la monarquía.
La prensa en Marruecos es, casi la única nota discordante en un giro hacia la ortodoxia religiosa del país, promovida por Mohamed VI. Los partidos políticos, incluido el progresista Partido Justicia y Desarrollo no se atreve a denunciar este tipo de hechos. La Universidad, foco de rebeldía en muchas otras regiones, está copada de expertos demasiado neutros, o miembros de élite reclutados por el propio gobierno.
Así las cosas, numerosos responsables de publicaciones han sido, y están siendo castigados y arrinconados por el régimen: Alí Lmrabet (Demain), Aboubakr Jamai (Le Journal Hebdomadaire), Mohamed Hafid (Assahifa), Driss Ksikes (Nichane) son sólo algunos ejemplos.
Solo en privado, algunas personas de calado intelectual, reconocen su indignación, saben que “está en juego la religión”. Apenas una pequeña parte de la sociedad civil se atreve a reclamar la secularización de la sociedad. ¿Hasta cuando? ¿Hasta dónde podrá llegar y hasta cuando podrá Marruecos avanzar hacia un liberalismo económico sin que eso lleve aparejado una liberalización cultural y política real?
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