Son fundamentalmente dos, la suelta dura de ejemplares en el Guadalmellato y la reintroducción de linces nacidos en cautividad, en la zona de Las Guarrizas.
Aunque más diagonales y no tan explícitas, dichas medidas llevan aparejadas otras decisiones fundamentales: Se frena la captura de ejemplares adultos silvestres para los centros de cría en cautividad (deben autoabastecerse, no deben incorporarse más ejemplares adultos) y se acelera el proceso de suelta de crías nacidas en cautividad.
Las noticias en torno al precioso animal se suceden. En el ámbito económico, hace apenas unas semanas que se ha puesto en marcha un nuevo proyecto LIFE para conservar la especie, presupuestado en 50 millones de euros. En el ámbito técnico, a la muerte de Caribú, por imprudente, se ha sumado la de otra hembra atropellada el viernes en la carretera Huelva-Mazagón.
El discurso oficialista irá en las próximas semanas, probablemente enfocado a explicar que es hora de pasar a otra fase, poner en marcha otras medidas, ahora que ya se ha recorrido el camino de la cría en cautividad, captura de ejemplares, sueltas controladas, seguimiento, análisis genéticos y pruebas de socialización, alimentación y aclimatación.
Los proyectos de conservación tienen un importante rasgo diferenciador de ganar-ganar. Tienen una gran acogida del público y la buena voluntad de todas las partes para que alcancen su éxito. Al otro lado de la moneda, seguimos siendo nulos críticos con ellos y el efecto placebo de las imágenes de liberaciones calma la conciencia general.
La consecuencia es que siguen metiendo excesivas cantidades de dinero público, sometiendo a la especie a demasiados experimentos, controles y manejos que no favorece para nada su viabilidad en libertad. Porque ese debe ser, no nos olvidemos, el objetivo primordial, generar los condicionantes necesarios para que el lince pueda vivir en el monte. Algunos, este apartado lo tienen olvidado.
Imágenes cedidas por: Nicolás Ruíz De La Corte
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