La lectura proporciona libertad y conocimiento. Primero, porque erradica la dependencia, proporciona criterio y permite el desarrollo de la persona. Los convencidos de este hecho han apostado siempre, de manera firme por la educación como vía de sólido desarrollo social y económico.
Me alegro que Juan Marsé haya decidido, al concedérsele el premio Cervantes, leer, por fin El Quijote, bien le vendrá, como a todos. Igualmente, a Barak Obama le vendrá muy bien el imprescindible de Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, regalo de un Hugo Chavez que me temo, no comprendió bien cuando lo leyó lo que en él se recoge.
Un admirado autor, Manuel Vicent, nos recordaba hace unos días que el Zeppelín de la república, cuya primera empresa que acometió fue la de erradicar el analfabetismo de España, fue enterrado por una bandada de cuervos que no cesó e sobrevolar durante cuarenta años aquel proyecto y que le impidió alzar el vuelo. Hoy ese Zeppelín saldrá cada vez que un lector abra un libro.
Hay mundos enteros esperándonos en las estanterías, al alcance de nuestra mano servidos en bandeja para nuestro enriquecimiento. Perdemos una oportunidad de rejuvenecer cada vez que paramos de leer. Juan Faneca Roca, alias Juan Marsé lo expresa así:
“Por un breve instante, horribles fantasmas de posibles tesinas pasadas y futuras desfilan por mi mente con extravagantes títulos: El significado de los toros y de la humilde patata en la poesía de Miguel Hernández - Estructura, calor y sabor de las magdalenas en la obra de Proust - El Pijoaparte hijo natural semiótico de Henry James, con permiso de Félix de Azúa - Los silencios de Moby Dick y su relación metalingüística con la pata de palo de John Silver y con el mezcal y los barrancos de la prosa de Malcolm Lowry - Madame Flaubert soy yo, dijo Federico García Lorca.
¡Maldición, estamos rodeados! Así es imposible leer, hay que saber demasiadas cosas, hay que amueblar la mente de bidets teóricos, hay que ser experto en demasiadas chorradas -le digo a la desilusionada estudiante de graves rodillas y afanoso bolígrafo. Se han empeñado ellos, los malditos tambores de las cátedras y de los institutos, los avinagrados columnistas de diarios de provincias, los rastreadores de estilos y figuras de la alfombra, los rebuznos de la crítica trascendente y los cuarenta años de incultura franquista, en convertir la lectura de un libro en cualquier cosa menos en un placer, un acto libre y espontáneo, una aventura personal con la imaginación. ¿Quieres un consejo? Tira por la borda ese cuaderno y ese bolígrafo y ponte a leer, sobre estas rodillas sojuzgadas de estudiante aplicada, y con ojos infantiles a ser posible, renovada la capacidad de asombro, el sentido de la vida y la imaginación penetrante, otra vez, "La isla del tesoro". Callarán los bobos tambores eruditos y recobrarás el tesoro de leer.”
A Marsé le gusta la provocación, enemiga acérrima de la indiferencia y el mejor estímulo para propiciar respuestas a las inquietudes sembradas. Esa provocación que ejerce el autor con tono políticamente incorrecto, es en mi opinión su principal valor como comunicador, como transgresor, como defensor de la libertad que otorga la lectura.
Merecido premio para un convencido de la cultura como camino de progreso, y de la literatura como mecanismo para compartir aventuras, experiencias, vivencias, aventuras, sentimientos, turbaciones.
jueves, 23 de abril de 2009
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1 comentario:
Hombre, más vale leer el periódico, a no leer nada. Sí que es cierto que hay tanto que leer, de tantas cosas...
Lo mejor de todo eso de "ponte a leer".
Un abrazo de Álvaro
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