Borges, también incluyó un minotauro manso y reflexivo en su “La casa de Asterión”, quizás para evidenciar que el miedo no debe tenérsele al minotauro sino al laberinto de la vida.
Otros laberintos atrayentes y cautivadores son los matemáticos, como el teorema de Fermat y el fractal de Mandelbrot, o la sucesión de Fibonacci.
Quizás el laberinto más popular sea el Juego de la Oca. Las culturas celtas y preceltas, mantenían a la oca como símbolo sagrado para sus hermandades. Éstas eran representadas por la pata de la oca ,que al caminar, deja impresa una marca muy semejante al tridente de Poseidón, referencia de todas aquellas culturas. El Camino de las Estrellas coincide con el Camino de la Oca y la Concha.
Cuando los primeros cristianos comienzan a peregrinar a Santiago, se encuentran que los campesinos de la ruta, tienen profundas tradiciones. Cuentan historias sobre un Camino de las Ocas o de las Estrellas y de un Campo de las Estrellas, al cual se llega por un laberinto que es necesario recorrer para renovarse por dentro. Ante la imposibilidad de erradicarlas, el cristianismo lo que hace es hacerlas suyas, las cristianiza. Las ordenes de Cluny, Cister y la del Temple, se encargan de ello. De ahí que, se le atribuya a la orden del Temple la creación del juego de la oca, identificando las casillas con las etapas del camino, los riesgos que debe asumir el peregrino y los posibles traspies que el destino le tiene preparado. Sin embargo, el final del juego sigue siendo celta, alcanzar la gran oca.
Para Borges, el laberinto ideal es el psicológico, donde se produce el extravío por una falsa percepción de la realidad, y cuanta razón tiene, pues cada uno somos dueños de nuestra realidad, de nuestro propio laberinto en el que habitamos cual minotauro esperando nuestro Teseo, quizás por eso tampoco nos resistiremos cuando llegue.
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