Los padres con hijos pequeños se preocupan
extraordinariamente por la salud, prestan especial atención a la alimentación.
Una buena alimentación es la mejor base para una buena salud.
Gracias a las nuevas tecnologías y al acceso casi universal a internet, la ventana a la información infinita resulta fácil. Casi todas nuestras inquietudes pueden ser resueltas mediante algunas búsquedas concisas y unos ratos de lectura y cliqueo.
Es fácil combinar ambos factores para concluir que los padres de hoy, realizan investigaciones propias y casi diarias en internet para conseguir ofrecer la mejor alimentación posible a sus hijos.
Crucemos este hecho con los últimos
informes publicados sobre el consumo de productos ecológicos. Un informe de
Everis señala que la salud, el gusto y la calidad son los principales motivos
de compra de los españoles de los productos ecológicos. También un informe
previo del Ministerio evidencia que los perfiles de personas con mayor índice
porcentual de alimentación diaria de productos ecológicos son familias
(biparentales o monoparentales) que tienen uno o dos hijos menores de seis
años.
La conclusión es clara. Los padres llegan al consumo de ecológicos por
iniciativa propia, motivados por unas causas intrínsecas que van más allá de
campañas de precio, incentivación del consumo o marketing empresarial. Salud y
seguridad para los pequeños, tan simple como eso.
En España se producen excelentes productos, en el sector ecológico, más que
excelentes con incuestionables atributos de sabor, salud, seguridad. Existe un
amplio colectivo deseoso de adquirirlos de manera habitual y a un precio
razonable. ¿Nos merecemos entonces, tanto productores como consumidores que el
mercado siga siendo tan imperfecto?
Porque las empresas, a pesar de que no sea la filosofía ni la intención de muchas de ellas se siguen viendo abocadas a la exportación (más del 75% de la producción se exporta) y a la vez, muchos consumidores de ecológicos son auténticos apóstoles del modelo, viéndose obligados a hacer un importante esfuerzo para llegar de forma habitual a este tipo de alimentos.
Mientras no se alcancen una serie de volúmenes mínimos (las economías de escala
siguen existiendo en muchos eslabones de la cadena de valor), el círculo será
vicioso. Y en realidad nadie tiene obligación de romperlo y convertirlo en
virtuoso. Nadie, si es que dejamos fuera a las administraciones públicas y el
mandato asumido de buscar la mejora continua de la sociedad. Y sin embargo ese
es precisamente el error de muchos agentes económicos y sociales, descargar la
responsabilidad en la administración pública, convirtiéndola en sujeto del
mercado y pidiéndole que sea la que active o desactive determinadas
actuaciones, tendencias o funcionamientos del mercado cuando a veces lo que
resulta mejor que haga es, precisamente lo contrario, que no conciba nada.
En la actualidad asistimos a una regulación excesiva y existen diversas normas que tienen como única utilidad completar, sesgar, vincular o condicionar otras existentes. Un paso necesario podría considerarse que consiste en desenredar la maraña. Pero cuidado, que dada la situación actual, una desregulación a las bravas acabaría con medio sector productivo y comercializador, la situación actual es fruto de una adaptación larga y compleja.
Resulta mucho más sencillo, rápido, cómodo, barato y efectivo aplicar medidas de racionalización y sentido común. Una es clara, trasladar al mercado de alimentos ecológicos criterios de territorialidad, que no es más que acercar la tierra y los productos de la misma a los que en ella viven.
Se evitarían enormes costes de transporte, se consumirían los productos más frescos, se evitarían envases y embalajes, se produce una mayor identificación de los consumidores con los productos, se evitarían intermediarios en la cadena productiva y se mejoraría con ello los precios. A medio plazo se producirá, de manera natural un desarrollo de la industria agroalimentaria orientada al mercado artesanal y local.
Resulta bastante obvio y sencillo, y sin embargo, no se produce, los pequeños intentos que se están llevando a cabo, avanzan con gran dificultad, por qué, por la falta de organización de los consumidores y la falta de flexibilidad de los productores, pero sobre todo por la falta de confianza de todo.
Tanto productores como consumidores deben creerse que es posible, que es
factible, que se puede hacer y que depende de ellos mismos el éxito. El éxito
que no es más que comer sano, productos de la tierra, a precios razonables y
con altos grados de comodidad y confort.
Para conseguirlo únicamente hace falta
movimiento, acción, intentarlo, probarlo. No conviene olvidar que la principal
barrera de crecimiento del sector ecológico es el de la primera compra, es
decir, que el consumidor, la familia, tome la difícil decisión de modificar
ligeramente el acto habitual de compra de alimentación. Esa, aunque parezca
mentira, es la gran barrera hoy para el desarrollo de un sector con un
potencial extraordinario que tiene mucho que aportar a la sociedad. Y es que,
tras la primera compra, la segunda, la tercera y sucesivas se convierten en una
necesidad.
Llega la época navideña, momentos en los que exploramos nuevos productos,
nuevos sabores, alteramos hábitos cotidianos de compra y alimentación. Es un
momento idóneo para aprender de la sabiduría de los padres que buscan lo mejor
para sus hijos, para que pensemos en los pequeños productores que luchan cada
día por salir adelante apenas a unos kilómetros de donde vivimos y que producen
y comercializan excelentes productos.
Valoran las cualidades de los productos aquellas personas que lo
identifican con claridad, saber tratarlo y cocinarlo. Los embutidos serranos
donde se más se valoran es en Andalucía, busquemos ternera retinta, naranjas de
la vega, miel de nuestros parques naturales, vinos de la tierra, dulces locales
tradicionales.
Hagámoslo en casa y en la calle. Cuando vayamos al super, al hiper,
busquemos en la etiqueta el lugar de producción, forcemos al distribuidor a
tener sensibilidad hacia los productores locales, exijámoslo, y si no los
encontramos, cambiemos de lugar de compra, merece la pena el esfuerzo, surtamos
nuestra despensa con productos andaluces por identidad, por calidad, por
precio. Cuando pidamos una copa de vino en un bar o restaurante preguntemos por
los vino de la zona, por las tapas y platos que tengan elaborados con productos
de proximidad, con razas autóctonas con verduras y hortalizas ecológicas
frescas.
El gesto diario y cotidiano de hacer la compra, de comer y beber puede
convertirse en un arma poderosísima de defensa de razas animales y especies
vegetales, de activación y defensa de la economía y de la identidad cultural,
de fomento de la actividad económica y el empleo. Se consigue un múltiple
beneficio de un acto que en realidad es muy egoísta, cuidar nuestra salud
gracias a una alimentación sana.
1 comentario:
Antonio comparto totalmente la campaña y el articulo! …cualquier momento es bueno para empezar.
En cuanto al pretender que sea la Administración quien intervenga, no sé cómo se da en otros sitios, pero en Canarias por ejemplo a falta de una soberanía, bueno, más bien una autosuficiencia alimentaria sin ir más allá, la administración interviene subvencionando la importación. Así, productores locales y productores de ecológico se encuentran con la dificultad a mayores de competir en el mercado con productos importados a un precio muchísimo más bajo. Creo que aquí sí que la administración debería entrar, o más bien salir, valorando la garantía actual de autoabastecimiento de cada uno de los productos que se producen en la región y revisar la necesidad de seguir subvencionando la importación de estos.
Un beso enorme desde tierras irlandesas.
Publicar un comentario