“En el principio él se deleitó de ella”. La frase no
requiere de explicaciones añadidas , el acto, relatado en pasado, está ya consumado
y poco podemos hacer por él o por ella. Si añadimos que ella tenía la luna bajo
sus pies, porque así lo describe el libro del Apocalipsis, y que eran observados por un
puñado de ángeles y querubines, la escena puede empezar a desconcertarnos.
Y es bien cierta. “In principio dilexit eam” es el rótulo
que aparece en el cuadro de Murillo titulado “El triunfo de la Inmaculada
Concepción”, elaborado para la iglesia de Santa María La Blanca por encargo de
Justino de Neve.
Cuando tengo oportunidad de pasear por esos pasillos,
esos claustros y estancias de techos altos, llenas de silencio, tranquilidad e
historia, donde las paredes están vestidas con esas obras de arte, magistralmente llenas de
ternura y belleza, sitios en los que otrora se retiraban los monjes y sacerdotes a
dedicarse a su vida espiritual, lo siento, pero no puedo evitar acordarme de
Alberto Pérez y su “Santo Varón”.
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