martes, 27 de mayo de 2014

El jefe blandengue


Un mal compañero, un mal jefe, condiciona de tal manera nuestro día a día que puede sumergirnos en un mundo de apatía, enfado o insensibilidad negativo en todos los sentidos.

Los que participan en la actividad a la que dedicamos gran parte de nuestra vida despierta, el mundo laboral, influyen de manera decisiva en nuestro estado de bienestar. Es lógico, somos seres sociales, y en mayor o menor medida necesitamos del apoyo y reconocimiento de nuestros cercanos.

En el trabajo, la peor fama la suelen tener los jefes autoritarios. Esos dictatoriales, esos déspotas, que dejan escaso margen a la participación y opinión, es en ellos en los que solemos focalizar la mayoría de nuestras frustraciones y enfados.

Sin embargo, no es el perfil más peligroso para las organizaciones y las personas. Puede darse otro que en la empresa puede resultar demoledor, es la figura del jefe agradable, diplomático, el que quiere contentar a todos, el conciliador, el de café para todos.

El jefe déspota, que además ejerce su autoridad de manera irrespetuosa, prepotente, que utiliza la comunicación de forma únicamente unidireccional, hace que el clima de trabajo se haga insoportable, que la estima de la persona se derrumbe y que el sentimiento de equipo y pertenencia se atrofie, desde luego. Sin embargo, no debe olvidarse que el jefe debe ejercer un liderazgo que va asociado al puesto.

El jefe es el capitán del equipo, tiene que conducir, leer las cartas de navegación y pilotar. Asume, en mayor medida (que nunca única) el destino del proyecto, del dinero, del producto, de la empresa, del equipo. El jefe es una pieza clave del engranaje diseñado para cumplir la misión de la organización. Desde luego, una cuestión son las formas, pero no debemos olvidarnos de este elemento esencial que da sentido al puesto.

Al igual que es fundamental el tipo de entorno donde se desarrolla su trabajo. Por ejemplo, Mercè Sala ha estudiado como, la excesiva burocratización de las organizaciones maniata a los jefes. Se vuelve tan complejo el entorno diario que es la propia organización la que impide al jefe desplegar su labor pues las probabilidades de error se multiplican. En las burocracias maquinales descritas por Mintzberg, cada vez más frecuentes y poderosas, se produce este hecho. En ellas, que te nombren jefe supone un flaco favor. En esas organizaciones el jefe es sustituido por el gestor.

El jefe no puede evitar los conflictos, tiene que resolverlos. “Nunca se debe permitir que continúen los problemas para evitar un conflicto, puesto que no se evita, solo se retrasa por hacerse más grande”, Maquiavelo.  El jefe blando huye de los conflictos, los mete en cajas negras donde sólo hacen crecer. El jefe fofo genera apatía en el equipo que se cansa de hacer propuestas, frustra a los empleados que esperan respuesta a sus problemas e inquietudes, hace que la energía de identidad en la empresa y en el proyecto se derritan. A los trabajadores con experiencia, cuando detectan que les ha tocado un jefe flácido, se les activa el factor de supervivencia. Saben que tendrán que buscarse la vida ellos solos.

El jefe es indeciso y flojo en demasiadas ocasiones por incapacidad, esto es, no controla la situación, no tiene los suficientes conocimientos o experiencia, o no sabe lo que quiere. En demasiados casos, lo es por una mágica combinación de este tipo de factores. No es un problema excesivamente grave, puede salvarse con trabajo, esfuerzo, implicación y peticiones de ayuda. Lo verdaderamente malo es que no se moje porque no quiera porque tenga miedo a ganarse enemigos o a equivocarse. Con esa actitud, el jefe estará sembrando la semilla de la ineficacia en la organización y el equipo.

Las formas son tan importantes como el fondo en el desarrollo del puesto. Los malos modos y la falta de respeto deben aniquilarse, pero ojo al mal corrosivo que supone tener un jefe dedicado a regalar sonrisas y abrazos en vez de instrucciones y directrices. El jefe lo es porque tiene que tomar decisiones y resolver problemas. Ante todo. El jefe tiene que mojarse. Tiene que integrar al equipo, haciéndolo partícipe y responsable de las decisiones, escuchándolo, dialogando, negociando. Es lo que permitirá a la organización volar hacia sus objetivos.

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