Un mal compañero, un mal jefe, condiciona de tal manera
nuestro día a día que puede sumergirnos en un mundo de apatía, enfado o
insensibilidad negativo en todos los sentidos.
Los que participan en la actividad a la que dedicamos gran
parte de nuestra vida despierta, el mundo laboral, influyen de manera decisiva
en nuestro estado de bienestar. Es lógico, somos seres sociales, y en mayor o
menor medida necesitamos del apoyo y reconocimiento de nuestros cercanos.
En el trabajo, la peor fama la suelen tener los jefes
autoritarios. Esos dictatoriales, esos déspotas, que dejan escaso margen a la
participación y opinión, es en ellos en los que solemos focalizar la mayoría de
nuestras frustraciones y enfados.
Sin embargo, no es el perfil más peligroso para las
organizaciones y las personas. Puede darse otro que en la empresa puede
resultar demoledor, es la figura del jefe agradable, diplomático, el que quiere
contentar a todos, el conciliador, el de café para todos.
El jefe déspota, que además ejerce su autoridad de manera
irrespetuosa, prepotente, que utiliza la comunicación de forma únicamente
unidireccional, hace que el clima de trabajo se haga insoportable, que la
estima de la persona se derrumbe y que el sentimiento de equipo y pertenencia
se atrofie, desde luego. Sin embargo, no debe olvidarse que el jefe debe
ejercer un liderazgo que va asociado al puesto.
El jefe es el capitán del equipo, tiene que conducir, leer
las cartas de navegación y pilotar. Asume, en mayor medida (que nunca única) el
destino del proyecto, del dinero, del producto, de la empresa, del equipo. El
jefe es una pieza clave del engranaje diseñado para cumplir la misión de la
organización. Desde luego, una cuestión son las formas, pero no debemos
olvidarnos de este elemento esencial que da sentido al puesto.
Al igual que es fundamental el tipo de entorno donde se
desarrolla su trabajo. Por ejemplo, Mercè Sala ha estudiado como, la excesiva
burocratización de las organizaciones maniata a los jefes. Se vuelve tan
complejo el entorno diario que es la propia organización la que impide al jefe
desplegar su labor pues las probabilidades de error se multiplican. En las
burocracias maquinales descritas por Mintzberg, cada vez más frecuentes y
poderosas, se produce este hecho. En ellas, que te nombren jefe supone un flaco
favor. En esas organizaciones el jefe es sustituido por el gestor.
El jefe no puede evitar los conflictos, tiene que
resolverlos. “Nunca se debe permitir que continúen los problemas para evitar un
conflicto, puesto que no se evita, solo se retrasa por hacerse más grande”,
Maquiavelo. El jefe blando huye de los
conflictos, los mete en cajas negras donde sólo hacen crecer. El jefe fofo genera
apatía en el equipo que se cansa de hacer propuestas, frustra a los empleados
que esperan respuesta a sus problemas e inquietudes, hace que la energía de
identidad en la empresa y en el proyecto se derritan. A los trabajadores con
experiencia, cuando detectan que les ha tocado un jefe flácido, se les activa
el factor de supervivencia. Saben que tendrán que buscarse la vida ellos solos.
El jefe es indeciso y flojo en demasiadas ocasiones por
incapacidad, esto es, no controla la situación, no tiene los suficientes
conocimientos o experiencia, o no sabe lo que quiere. En demasiados casos, lo
es por una mágica combinación de este tipo de factores. No es un problema
excesivamente grave, puede salvarse con trabajo, esfuerzo, implicación y
peticiones de ayuda. Lo verdaderamente malo es que no se moje porque no quiera
porque tenga miedo a ganarse enemigos o a equivocarse. Con esa actitud, el jefe
estará sembrando la semilla de la ineficacia en la organización y el equipo.
Las formas son tan importantes como el fondo en el
desarrollo del puesto. Los malos modos y la falta de respeto deben aniquilarse,
pero ojo al mal corrosivo que supone tener un jefe dedicado a regalar sonrisas
y abrazos en vez de instrucciones y directrices. El jefe lo es porque tiene que
tomar decisiones y resolver problemas. Ante todo. El jefe tiene que mojarse.
Tiene que integrar al equipo, haciéndolo partícipe y responsable de las
decisiones, escuchándolo, dialogando, negociando. Es lo que permitirá a la
organización volar hacia sus objetivos.
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