El sábado pasado ganó el Madrid, y el domingo, la
abstención. Unos y otros encontraron razones para argumentar que estaban en el
bando del triunfo. Que la liga es el trofeo más deseado y complicado de
conseguir, que no ha sido importante el descenso en el número de eurodiputados.
Todos encuentran motivos de orgullo y satisfacción, por encontrar paralelismos
con la rabiosa actualidad.
Pasados los debates de los resultados, pasada incluso la
resaca, a rey abdicado, rey puesto, y sin solución de continuidad nos
sumergimos en el gran espectáculo que va a ser el mundial de fútbol de Brasil,
rebosante desde hace días de noticias de gran trascendencia. El análisis
pausado de otros temas quedó ya caduco, para mi no.
Una vez que pasaron los primeros años de la entrada de
España en la CEE, hoy UE, en la que el canal de inversiones y fondos públicos
llegaba rebosante, una vez que se ha ampliado progresivamente el grupo y ya no
estamos en los vagones de cola sino en los delanteros, como siempre deseamos.
Ahora que estamos y queremos estar más cerca de la máquina que tira, no es ya
todo tan bonito.
Muchos intencionados además se han encargado de machacarnos
en los últimos tiempos que los recortes que sufrimos vienen ordenados desde
Bruselas, o peor, desde Europa. La desafección no suele tardar en producirse,
empezamos a dibujar ese ente oscuro grande y maligno que nos amenaza desde el
norte, y empezamos a hacer piña con otros que están en similares condiciones, y
volvemos entonces a aferrarnos a patrias viejas, simbolizadas en estos días en
camisetas sudadas.
Aún no alcanzo a vislumbrar cómo afectará el cambio de jefe
de la corona al sentimiento nacional impulsado por La Roja, pero mucha gente
del marketing ahora está temblando, seguro. Porque se ha puesto mucha carne en
el asador para que, durante el próximo mes, todos los focos apunten a los
jugadores de rojo que corren junto a la pelotita (mejor que tras la pelotita).
Todos los focos en el mundial, buscando el entusiasmo patrio
como mecanismo para evadirse de las penas y alimentar algo el consumo, ese que
tanto nos lastra en los últimos años. A mirar la pelotita y dejar trabajar
tranquilos a otros que, fuera de las luces, fuera de presiones electorales van
a seguir avanzando con su plan, ese que pone como directrices el debate
territorial para sembrar diferencias y a la promesa de un futuro mejor para que
los ciudadanos sigan aguantando estoicamente la creciente desigualdad, esa que
quieren que llegue para quedarse.
Economistas de los que me fio mucho, empiezan a ver clara la
gráfica de la W del ciclo económico para los próximos años. Consideran una
punta intermedia en 2015 muy pequeña, y esto quiere decir que los beneficios
del repunte económico no va a llegar al último eslabón: los consumidores, los
ciudadanos, los trabajadores. Y la salida definitiva de la crisis sin fecha aún
concreta. Es decir, no sólo no ha pasado lo peor para el conjunto de los
ciudadanos, sino que además queda un buen trecho. Las rancias recetas aplicadas
a problemas nuevos no son efectivas, algunos lo decimos desde hace años,
estamos en un cambio de época.
Con estos números, con un sector financiero que parece un
niño de cristal, con un estado que pierde competitividad y fuerza de
negociación en foros internacionales, qué mejor que desviar la mirada hacia la
pelotita que, además encanta a la gente.
Lo mismo la pelotita entra y tenemos motivos para sacar
pecho en próximas reuniones de jefes de estado, donde poderosos vendrán a
felicitarnos y el contento del pueblo dura un tiempo, sin un duro, pero
contento.
Los próximos meses de legislatura en España van a resultar
convulsos y duros en los espacios internos. Se corre grave riesgo que entren
las prisas y eso minaría una de nuestras pocas fortalezas, la seguridad
jurídica. En el momento en el que en el exterior nos perciban como un país
inestable, será el comienzo del fin.
En el mes de junio se espera una epidemia de fiebre roja, y
muchos, demasiados están deseando ocupar su mente en eso. No podemos dejar que
nos despisten, porque entre la pelotita o no, no va a cambiar el resto, y ahí
si es donde nos va la vida.
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