Controlar, dirigir. Dos objetivos tótem asociados al éxito.
Cuanto más, mejor, a cuantos más, mejor. El éxito personal y social pasa por la
acumulación de poder que permite eso, controlar y dirigir.
Trabajamos duro, intensamente para lograrlo. Nos hacemos
listas interminables de tareas, más hacemos y más queremos hacer. Alcancemos
nuestro objetivo o no, lo logremos o no, después, al final del camino, de forma
casi irremediable e ineludible, todos nos encontramos con lo mismo, la mente
agitada, revuelta y el cuerpo cansado, vaciado.
El estado de ansiedad permanente que incita a ampliar
horizontes, alcanzar cimas más altas, a conquistar nuevas fronteras es innato
al hombre. En el mundo empresarial se lleva al extremo. Ahí quedan ya numerosos
ejemplos de ejecutivos que hicieron suyo el grito de guerra rockero de vive
intensamente y dejarás un bonito cadáver.
Queremos más, nos exigen, nos autoexigimos demasiado y de
repente, sin saber cómo, la primera asfixia nos hace percatarnos que vivimos en
un ambiente de permanente fatiga física y mental.
Nos olvidamos que en estado de cansancio se rinde menos. La
fatiga es acérrima enemiga de la inspiración.
En un mundo de dirigir y controlar, pretendemos que todo
ocurra cuándo, dónde y cómo lo tenemos previsto. A menudo, demasiado a menudo,
no suele ser así, y nuestro sistema chirría entonces de manera espeluznante. Si
hemos puesto a hacer hielo en la nevera, y lo queremos tomar cuanto antes,
debemos recordar que cuantas más veces abramos la puerta para revisar cómo va,
más tardará en cuajarse. Es más, mientras nos ocupamos en abrir y cerrar la
puerta trabajamos inútilmente y dejamos de hacer y pensar en otras cuestiones
también necesarias.
No es cuestión de reclinarse en el asiento a esperar que
pase el tiempo, consiste en voltear el ciclo. Se trata de no dejar que la
ansiedad controle los tiempos pues puede provocar que, cuando llegue el momento
culminante, cuando tengamos que estar en el momento óptimo, lleguemos al mismo
demasiado cansados, demasiado saturados. Si dejamos que la mente nos complique
la existencia gratuitamente, viviremos angustiados aunque estemos en el paraíso.
De nuevo aquí la virtud del equilibrio. No parar de hacer
cosas, claro, pero disfrutar de las mismas poniendo en ellas la máxima
atención. Sabremos entonces si nos apasiona lo que hacemos, si nos transmite
vitalidad, si nos motivan. Porque si es así, su propia realización nos
devolverá estímulos gratificantes y energía positiva.
Cantidad no es calidad por mucho que se empeñen, por mucho
que nos exijamos. En una vida de prisas encadenadas es necesario recordar que
el tiempo no se controla ni se dirige, sólo se gestiona y para ello sólo es
necesario parar y pensar con claridad. Si, la lógica simple sirve para
solucionar problemas complejos.
Las dos herramientas más efectivas para el siglo XXI son la
meditación y la intuición. Lo concluyen estudiosos y especialistas de Harvard e
INSEAD. Meditar nos conecta con lo esencial y nos permite hacer las cosas mejor.
Pararse a escuchar la voz de la intuición ayuda a tomar decisiones valiosas.
El sopor del verano le pide al cuerpo que baje el ritmo.
Muchos se dan un respiro en su impenitente carrera profesional. Puede ser buen
momento también para incluir la meditación y la intuición en la dieta diaria, o
al menos, para empezar a pensar en ir haciéndolo.
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