Dado el que el término transgénico ha caído en mala sombra,
las empresas dedicadas a la producción-venta de semillas industriales, a la
venta de maquinaria y automatismos agrícolas y ganaderos, los departamentos de
marketing de las grandes distribuidoras alimentarias, corren hacia nuevos
términos que sean lo primero que compren los consumidores.
Están intentando abrir una ventana de oportunidad en el
concepto de alimentos inteligentes. Nada más poderoso que aprovecharse del
desconocimiento. Según una encuesta de la Fundación BBVA, el 64,6% de los
españoles piensan que los tomates que comen no tienen genes, pero que los
tomates transgénicos si. El dato es extrapolable a la población de la UE.
Estamos convencidos pues que, sólo comemos genes si en la etiqueta
aparece el concepto transgénico.
Un gen no es más que una serie
de instrucciones codificadas en el ADN. Si, todos los organismos vivos tienen
ADN. Como los humanos necesitamos alimentarnos de otros organismos, somos
heterótrofos, tenemos que ingerir, a diario genes.
A priori, no debe surgir
temor de este hecho, no criamos lo que comemos, no corremos especial riesgo de
convertirnos en lechuga, alubia o pollo.
Con el objeto de mejorar el proceso de producción y
comercialización de alimentos, el hombre lleva trabajando desde siempre en la
modificación genética. Antes, de manera más precaria y lenta: selección de
semillas, de razas. Para que resistieran mejor el frío o las sequías, para que
produjesen más leche o carne, etc.
La ciencia y la tecnología ha acelerado el proceso y los
organismos modificados genéticamente están en nuestra dieta diaria. Hace más de
20 años que se comenzó a comercializar, oficialmente el primer organismo con
esta categoría. Era un tomate. Se consiguió que tardase mucho más en deteriorarse. La búsqueda de tiempo de conservación, de
tamaño, de color adecuados, etc. están presentes no sólo en las cámaras frigoríficas y en
las salas de manipulado. También en los laboratorios, semilleros.
La industrialización de la cadena alimentaria tiene enormes
riesgos y perjuicios. La pérdida de biodiversidad domesticada y la sabiduría de
centenares de generaciones, la identidad de pueblos y comarcas, la pérdida de
resistencia a enfermedades y plagas, la pauperización de los estilos
gustativos, de la gastronomía local, de los ciclos sociales vinculados a la
tierra...
Todos los días comemos genes. Somos nosotros solitos los que
debemos elegir cuales. Los locales y cercanos, de temporada, los lejanos a químicos en la
producción, polución en el transporte y en el conservado, los ajenos a los
plásticos y nitrógenos son los que incorporan en mayor medida salud, sabor,
soberanía, economía, biodiversidad, identidad. No dejemos que otros elijan en lugar nuestra, seamos nosotros los
inteligentes.
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